Opinión

...y parece que fue ayer

Las cosas ya no son como antes", suelen decirnos los viejos. Pero, ¿recuerdan también lo malo?

Desde tiempos inmemoriables, los ancianos han elogiado los días de su juventud: Que si el sitio de la esposa eran las labores de la casa... Que si le dabas dinero a tus hijos era para que hicieran algo, pero nunca se lo dieras para que no hicieran nada. Los modales eran perfectos y en su juventud acudían presurosos a ofrendar la vida por su patria. Y no mencionaban las noches que tenían que compartir en la cama con chinches, los repugnantes retretes,...

Te alojabas en una fonda de aldea y preguntabas: ¿Dónde está el retrete? "En el patio", contestaba el posadero. "¿Pero en qué parte del patio", insistías. "En cualquier parte".

También se lamentan de que ya no pueden disfrutar el delicioso sabor de los alimentos cocidos con carbón o leña.

Por supuesto que hay algo sobre el olor que desprenden los alimentos elaborados con carbón y leña; pero el sabor no compensa las molestias. Para encender la cocina tenías que llenar el hornillo de periódicos, trozos de leña y carbón. Encender el papel con una cerilla y abanicar la leña y soplando con todas tus fuerzas durante cinco o diez minutos.

Por consiguiente, la nostalgia de los viejos se enfoca al fin de la cortesía y del buen gusto; pero sobre todo a lamentar la pérdida de muchos deleites, placeres y gustos que tuvieron en su juventud.

Explicación: el mundo es siempre bello y placentero, sabroso y lleno de hermosas muchachas cuando tenemos veinte años y se va tornando desagradable en la vejez.

Tenemos que evitar, con el paso de los años, volvernos, al igual que el mundo, ni desagradables, ni intolerables.

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