Opinión

Asar la manteca

Hay un refrán español que dice algo así como que “eso no se le ocurre ni al que asó la manteca”, para definir al que comete una torpeza monumental. En Madrid alguien ha asado, pero bien, la manteca, y ha convertido la capital de España en un berenjenal de mucho cuidado… para nada.  

La prueba de que han sido inútiles las medidas decretadas es que a las cinco horas de ponerlas en marcha anunciaba la autoridad municipal que al día siguiente, hoy, dejaban de tener vigor. 

Argumentaban que habían bajado los índices de contaminación, pero eso no lo cree nadie, porque  ni ha llovido, ni un viento furioso se ha llevado todas las partículas contaminantes. Y si el bajón lo hubiese producido la prohibición de que circulasen los coches con matrícula par o impar, se habría mantenido la medida, así que no es difícil llegar a la conclusión de que el equipo de Manuela Carmena ha decidido dar marcha atrás ante el caos producido, ante las críticas de expertos que advertían que experimentos similares se habían descartado en capitales europeas hace años porque no servían para nada. Los apuntes de esos expertos señalaban la necesidad de construir grandes aparcamientos gratuitos o de bajo coste en las estaciones de ferrocarril de los pueblos cercanos, y meter mano a las calefacciones, por ejemplo, a las furgonetas de reparto que sí podían circular libremente,  y  revisar los índices de los autobuses municipales, que todavía no se han renovado en su totalidad para ser sustituidos por vehículos no contaminantes. 

Un  auténtico fiasco. Si la concejal de medio ambiente se siente verdaderamente preocupada por la salud de los madrileños podía empezar por limpiar una ciudad que se ha convertido en un basurero porque no acaba de encontrar la fórmula para  que las contratas externas cumplan su trabajo. Basurero que ha provocado que  parte de sus parques se hayan convertido en lugares peligrosos para los niños ante  la aparición de ratas. 

A cualquier cargo público, además de una  mínima experiencia, se le debe exigir  mínimo de sentido común, y en esta desgraciada peripecia madrileña ha brillado por su ausencia. Prohibir coches en Navidad cuando es tiempo de ir cargados con paquetes, hacerlo además un día de operación salida en el que no se puede pedir a los que tienen matrícula par o impar que no utilicen sus coches para emprender viaje, o poner controles policiales en las entradas de la ciudad provocando parones kilométricos con coches al ralentí que contaminan más que si se les permitiera circular, no se le ocurre a nadie con dos dedos de frente. Por no hablar de que las medidas han convertido en un infierno los barrios limítrofes del centro, donde los conductores abandonaban sus coches ante la imposibilidad de llegar a su destino.

¿Tan difícil es copiar lo que han hecho otras capitales con éxito? ¿Tan difícil es dedicar solo diez minutos a reflexionar con sensatez sobre cómo abordar un problema?
 

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