Opinión

Los charcos del ministro Dastis

El ministro de Asuntos Exteriores  se  está metiendo en algunos charcos imprevistos. El brexit no es toro fácil de lidiar. 

Alfonso Dastis hizo ayer a gala de sus dotes de diplomacia, no en vano es miembro destacado de la carrera desde hace décadas y conoce como pocos los pasillos de Bruselas, donde ejerció como embajador de España en la UE. Preguntado por las declaraciones de importantes políticos y cargos del gobierno del Reino Unido, cuando afirmaron que defenderán hasta las últimas consecuencias la soberanía de Gibraltar, el ministro español se quitó de en medio comentando que en ese asunto echaba de menos la tradicional flema inglesa.  

No le faltaba razón, bastantes exacerbados están ya los ánimos en el Reino Unido, y en el Peñón, como para que saquen a colación un lenguaje belicista absolutamente inapropiado para cualquier país que se enfrenta a las negociaciones más complicadas de su historia.  Con  más de la mitad de la población contraria a que se produzca el brexit, y con los negociadores del otro lado dispuestos a que la salida de la UE no sea un camino de rosas ni suponga importantes ventajas para un exsocio, no vaya a ser que otros miembros empiecen a sentir que hace más frío dentro que fuera. Dastis, con demostradas dotes diplomáticas, falla sin embargo en lo que es política pura y dura. 

Su posición respecto al futuro de Escocia si se convierte en un país independiente y pretende seguir siendo miembro de la UE ha sido impecable: tendría que lograr la independencia a través de un referéndum legal y pactado y, si gana el referendum independentista, tras  solicitar su ingreso en la UE se colocaría  en la cola junto a otros países para iniciar los trámites reglamentarios, la negociación que han sufrido todos y cada uno de los miembros de la UE. Le preguntaron en “El País” si España vetaría la entrada de Escocia y respondió que no si cumplía la ley.

Ni se le pasó por la cabeza que en el Palau de la Generalitat darían gritos de satisfacción, que es lo ocurrido. Ni se le pasó por la cabeza que los independentistas catalanes utilizarían sus declaraciones como si el ministro estuviera dándoles la razón. 

Al día siguiente tuvo que explicar que la situación de Escocia y Cataluña no son las mismas ni histórica ni legalmente, pero ha dado carnaza a quien nunca se la debió dar. Es el problema de ser más diplomático que político, el problema de no asumir que las declaraciones estrictamente diplomáticas las carga el diablo cuando se aplican a la política.

El brexit  trae de cabeza a Londres y a Bruselas, y el resultado de las negociaciones está por ver. Está por ver incluso que haya Brexit. Pero, de momento,  se va a cargar biografías importantes –ya ha ocurrido- y algún gobernante va a tener que medir más sus palabras.

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