Opinión

El partido se juega este jueves

Llega el 21-D. Jueves, elecciones que se celebran en día laborable, los expertos en sondeos creen que ese dato puede tener incidencia en las urnas. Como también incide que un candidato se encuentra en prisión preventiva, otro huido en Bruselas, que un sector de los nacionalistas que votó independentismo hace dos años no se sienten satisfechos con las consecuencias de las decisiones que tomó unilateralmente el gobierno de Puigdemont, y que en un partido que fue decisivo en la anterior legislatura, la CUP, ha cambiado de candidato y colocado en cabeza de lista a un absoluto desconocido.

Con esas mimbres, más el “gancho” de Miqel Iceta en un hasta ahora alicaído PSC, el declive del  PP catalán con un candidato que no provoca entusiasmo, más la tendencia arribista de Ciudadanos que además  presenta lo mejor que tiene el partido, Inés Arrimadas, y la tensión interna que se sufre entre los comunes de Ada Colau y los podemitas de Pablo Iglesias, es tarea imposible hacer una aproximación exacta de qué puede ocurrir el día 21, aunque todos los sondeos coinciden en el incremento de la participación y el práctico empate entre los partidos independentistas y los constitucionalistas,  lo que convertiría a Colau y Domenech –más que a Iglesias-  en los políticos que tienen en su mano el futuro de Cataluña.

Uno de los elementos más sorprendentes de lo ocurrido en esta campaña es que aparentemente los votantes sienten más simpatía hacia el expresidente que ha huido a Bruselas, que a quien decidió comparecer ante la Justicia asumiendo que podía ocurrir lo que efectivamente ocurrió, que fue enviado a prisión preventiva junto a sus compañeros de gobierno que no escaparon a Bélgica. Prisión preventiva que en buena parte se debió a que el juez consideró que existía riesgo de fuga.

Los catalanes independentistas,  si se confirman lo que indican los sondeos, no valoran el sufrimiento de Junqueras en prisión, con falta de libertad, sin visitas familiares, y sin más posibilidad de comunicación con los votantes que las cartas que su partido hace públicas estos días.  Una imagen muy distinta a la de Puigdemont paseando  por las calles y parques de Bruselas rodeado de cámaras, amigos y simpatizantes, que celebra media docena de entrevistas al día, que gasta una considerable cantidad de dinero en costear los servicios de uno de los bufetes más acreditados de Bélgica -que nadie sabe quién paga- y que lleva un nivel de vida austero pero que alguien paga. Ha hecho bandera de que es un “exiliado”,  figura mucho más heroica que la de fugado, toda una falta de respeto a los que han pasado por ese trance, empezando por uno de sus antecesores en la presidencia de la Generalitat, Tarradellas, que vivió 40 años en Saint Martin le Beau.

Los sondeos les sirven de referencia sobre qué deben cambiar o potenciar en el último tramo. Sin embargo, lo que verdaderamente importa es el resultado de las urnas, y más todavía  cuando los bloques antagónicos están tan igualados como ocurre hoy en Cataluña y, en el bloque independentista, sus dos principales promotores se encuentran también enfrentados y en la situación personal y penal de todos conocidas. Además, en el caso de Puigdemont, es el responsable directo de la pésima gestión desde la presidencia de la Generalitat de un  proyecto independentista que no se podía plantear tal como lo planteó, de forma unilateral, saltándose la legalidad y la Constitución y provocando la intervención del Estado en las instituciones catalanas a través de la aplicación del 155. 

LO TIENE CRUDO

Tiene además un papel fundamental la aplicación de la Justicia porque todos los impulsores del independentismo se encuentran hoy encausados y pendientes de decisiones de unos tribunales que tardarán varios meses en dictar sentencia,  antes del verano como muy pronto… que es demasiado tarde porque la elección de un nuevo candidato no se puede prolongar hasta tan tarde.

Puigdemont,  a quien su obcecación  le impide ver más allá de lo que le entra por los ojos, está absolutamente convencido de que recuperará el sillón de la Generalitat, tarea  muy difícil aun en el caso de que lograra más escaños que ERC, porque en este momento su relación con Junqueras está rota –no con Marta Rovira- y también está absolutamente deteriorada la relación de Puigdemont con su propio partido, el PDeCAT, al que no ha dejado ninguna capacidad de decisión, ni siquiera de incluir en su lista a los cargos dirigentes. No ayuda a sus ambiciones presidenciales que sea voz populi su distanciamiento con Artur Mas y su intención, si gana el  21, de arrinconar al hoy presidente de honor del PDeCAT e, inicialmente, su mentor. 

Sus semanas de estancia en Bruselas, rodeado de serviles,  le han hecho perder la perspectiva de lo que ocurre en la trastienda catalana. Pero sigue soñando con la Generalitat. Si la alcanzara se produciría una situación de gravedad extrema: pende sobre su cabeza una posible inhabilitación o prisión y difícilmente podría asumir las funciones del cargo en sus actuales circunstancias. Por otra parte,  a nada que tomara una iniciativa contraria a la Ley, el 155 se activaría de inmediato y volvería a perder la presidencia.

Si salieran las cuentas para un gobierno constitucional –que no recoge el sondeo- con Ciudadanos como partido más votado, no está nada claro que Iceta se aviniera a apoyarla. El PP lo haría a desgana, pero lo haría porque no puede permitirse el lujo de ser el responsable de impedir que haya en Cataluña un gobierno constitucional. El problema de Arrimadas, que no es mal vista por Iceta ni por Rajoy -que es quien decide en el PP catalán, no es el caso de Sánchez y el PSC-  es que a  la candidata catalana le perjudica la política que ha hecho Rivera desde que Ciudadanos se convirtió en el cuarto partido de España, con vaivenes entre PP y PSOE que ha indignado a unos y a otros,  así como su actitud de no permitir que sus parlamentarios y concejales asumieran responsabilidades de gestión en  los gobiernos autonómicos y municipales que apoyan,  pero realizando una  política de presión permanente a sus socios.

con la calculadora

Una vez celebradas las elecciones, con los datos en las manos y la calculadora  haciendo sumas y restas, pueden producirse acercamientos que hoy son impensables.  Sin embargo,  lo habitual en estos días previos a las elecciones es encontrar gestos de contrariedad y  de preocupación en unos y otros.  Está asentada la idea de que la solución está en manos de Ada Colau, pero a lo mejor ni siquiera ella puede decidir el gobierno, por desacuerdo entre los propios afines. En cuanto a una repetición de elecciones … Nadie las quiere porque el mapa no cambiaría excesivamente.  

Solo un milagro, tras meses de negociaciones –meses, no semanas- podría marcar el 21 de diciembre como la fecha que marcó un antes y un después en Cataluña. Y en España entera.

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