Opinión

Fin de curso

Pocos fines de curso político han sido tan trepidantes como el que nos ha tocado en suerte, las últimas semanas han sido de una intensidad fuera de lo común, afectando incluso a la Jefatura del Estado.

El PSOE ha dado un giro total en su fondo y en su forma, un lavado de cara en toda regla con un nuevo equipo de dirección que se encuentra con el reto de unas elecciones autonómicas y municipales a la vuelta de la esquina. Pedro Sánchez pretende ganarlas o, por lo menos, quiere que signifiquen un avance significativo de un partido que lleva años de capa caída, con resultados que no podían prever ni siquiera en sus momentos más pesimistas.

Debe conseguir el nuevo secretario general que Podemos no le coma más terreno del ya conquistado, y para ello necesita hacer equilibrios para mantener la confianza de los votantes de izquierda sin perder el necesario voto de centro.

Es también fin de curso para un Rajoy que promete grandes noticias en septiembre en el sector del empleo, y que deberá dedicar un tiempo de sus vacaciones a pensar en las candidaturas de las municipales y autonómicas, asunto básico para quien tiene como objetivo continuar en La Moncloa.

Algunos de sus alcaldes y presidentes regionales están abrasados y sería un grave error empecinarse en presentarlos nuevamente por razones exclusivamente de trayectoria, pero es sabido que en los partidos con frecuencia se toman decisiones en las que priman los amiguismos o los clanes y no lo que satisface a los ciudadanos.

Y tiene Rajoy una patata caliente sobre la que debe tomar decisiones: la ley del aborto. Medio gobierno defiende que se aparque definitivamente, para impedir así dar carnaza a la oposición para arremeter contra el gobierno; pero el ministro Gallardón desea sacarla adelante como sea y esgrime una razón para intentarlo si no se aprueba: la oposición presentaría como un triunfo el haberlo impedido. Al final, si sale, quedará un texto que poco tendrá que ver con el que llevó Gallardón al Consejo de Ministros.

Pero mayor problema que la ley del aborto, mucho mayor, es el que se plantea en Cataluña con el empecinamiento de Artur Mas de celebrar su consulta soberanista. Ni el fiasco Pujol ha hecho dudar a Mas de la conveniencia de seguir adelante con el proceso. Quedan apenas tres meses para el 9 de noviembre: poco tiempo para que Rajoy se saque de la manga una fórmula mágica que haga entrar en razón a un Mas cada día más en el monte. Lo único que puede echarle atrás es llegar a la conclusión de que la consulta significa que Cataluña quedará en manos de una creciente ERC y él, Mas, pierde su carrera política abominado además por el empresariado al que su independentismo ha llevado a la ruina.

Rajoy tiene un serio problema con Cataluña, pero el de Mas es aún más grave.

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