Opinión

Las puertas y el campo

El nuevo atentado sufrido en Londres demuestra una vez más que es imposible garantizar la seguridad a todos los ciudadanos y en todas las circunstancias.   Más que nunca se demuestra hoy que no se pueden poner puertas al campo:  no se puede cercar, ni por tanto controlar, a lo que no tiene límites definidos.  

El enemigo actual, el yihadista, no necesita adoctrinamiento personalizado  ni ensalzamiento del espíritu patriótico, lo recibe a través de miles de páginas de internet elaboradas por profesionales que conocen perfectamente los resortes psicológicos para alentar a sus huestes y que se sumen a sus filas dispuestos a morir matando. Se les alecciona además con que ésa es su salvación, el remedio a sus males, a sus pecados, la posibilidad de convertirse en héroe y dejar de ser ciudadanos grises y sin personalidad.  El enemigo no necesita recibir  instrucción directa de sus jefes,  la tiene en casa a través de internet. Tampoco necesita acudir a centros en los que les enseñen a manejar armas y explosivos,  todo está en internet, incluidos los materiales para fabricarlos. Y en internet les enseñan cómo convertirse en armas mortales: hace muchos meses que las fuerzas de seguridad explican que el DAESH está pidiendo a través de los redes que sus seguidores atropellen a los ciudadanos aprovechando las zonas peatonales, los lugares de aglomeración,  o cómo se puede degollar a un transeúnte para que caiga muerto en siete segundos, antes de que advierta que ha sido atacado.  Todas esas “enseñanzas” se han llevado a la práctica,  y estos días ha golpeado de forma brutal al Reino Unido en Londres y Manchester, como hace unas semanas en otras ciudades europeas.  

En esa situación es imposible garantizar la seguridad.  Si se asumía de antemano que la seguridad absoluta no existe, más aun ahora  cuando el enemigo no está identificado y tiene a su alcance docenas de métodos para asesinar. Y lo hace además llevado por un fanatismo que le lleva incluso a convertirse en una bomba dispuesta a explotar  en el momento en el que pueda provocar más víctimas.

Todos los servicios del mundo se vuelcan en potenciar sus equipos especializados en la ciberseguridad, pero hay que asumir que el ciberespacio no tiene puertas ni límites. No hay página anulada que no pueda ser sustituida por otra, no es posible vigilar las veinticuatro horas del día a toda persona  susceptible de ser terrorista, no es posible luchar contra los seguidores del DAESH  sin echar por tierra las libertades. No es  posible seguir los pasos permanentemente a todos los musulmanes  para impedir que alguno de ellos caiga en las redes del yihadismo.

Cualquiera, en cualquier lugar del mundo, puede ser asesinado de la forma más impensable, más brutal.   Es terrible, pero es así. Aunque sea una persona sin tacha, su no país  haya firmado una declaración de guerra,  ni enviado un ejército a combatir al enemigo allá donde se encuentre. 

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