Opinión

Miserias ajenas

Nos fustigamos constantemente con el látigo de la corrupción que afecta a un número importante de políticos,  y está bien el fustigamiento porque cualquier país decente debe exigir comportamiento también decente a sus ciudadanos, sobre todo a sus cargos públicos. Sin embargo no  exageremos poniendo el acento en las debilidades de la carne o de los bolsillos, porque de conductas ejemplares anda escaso el mundo.  Sin embargo, mientras algunos, como los españoles, entonan el mea culpa, ponen a trabajar a  jueces y fiscales, y  hacen bajar del pedestal a personas a las que consideraban dignas de homenaje,  otros miran hacia otro lado. O, simplemente, perdonan los pecados de los poderosos. Porque para eso son poderosos.

Erdogan, al que se considera uno de los dirigentes más importantes del escenario internacional,  ha  recordado el golpe de Estado de hace un año con una frase que demuestra su catadura moral: “Arrancaría la cabeza a los golpistas”. Hay que recordar que es creencia generalizada que no fue un golpe de Estado sino un autogolpe que sirvió a Erdogan para quitarse de en medio a todos los militares, jueces y políticos que cuestionaban su forma de ejercer el gobierno.  

Docenas de miles de turcos perdieron trabajo y honores,  fueron encarcelados y algunos perdieron la vida. Erdogan sin embargo sigue en la presidencia, con una megalomanía insultante y promulgando leyes que recortan libertades y está dejando bajo mínimos la Turquía democrática y laica creada por Ataturk.
Turquía forma parte del G-20, el club más potente del mundo que hace diez días ha celebrado una de sus cumbres. Ahí se sienta Erdogan, pero también se sienta un presidente de Brasil, Temer, encausado por corrupción por todos lados; un Putin que se deshace de sus adversarios políticos con  la frialdad con que se aniquila un insecto incómodo, y se sienta un presidente de China que marca la economía mundial pero no firma una sola ley que traiga una mínima ola de libertad a las centenares de millones de personas  que viven bajo una bota dictatorial. Y se siente en el G-20 Donald  Trump, que ha ganado elecciones pero cada vez está más claro que contó con ayuda externa – de Putin- para ganarlas, y se sienta un rey saudí que nada en miles de millones de dólares pero no resistiría  la prueba más básica sobre actitudes democráticas.

En esta España nuestra los casos de corrupción han provocado escándalo y sobre todo vergüenza, pero al menos  se ha permitido a los medios informar sobre ellos, y los jueces y fiscales trabajan a destajo para castigar a los culpables,  sin que les haya temblado la mano ni siquiera para convocar al presidente de gobierno como testigo. En otros países que presumen de más influencia, economía más saneada y más alto nivel de vida,  la corrupción y el déficit democrático están a la orden del día sin que se actúe con la contundencia española.  Conviene saberlo, conviene decirlo.

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