Opinión

Se fue

Anunció que se iba … y se fue. Del todo. La decisión de Mariano Rajoy ha provocado estupefacción generalizada. Hace quince días ocupaba en Moncloa el despacho de presidente de gobierno. Hoy, el de registrador de la propiedad en Santa Pola. Renunció en primer lugar a su escaño, después a los privilegios de los expresidentes y ante la sorpresa de colaboradores y adversarios, el pasado martes aparecía en Santa Pola junto a quien le ha sustituido durante más de treinta años, los que se ha dedicado a la política. 

El miércoles a las 9 de la mañana se presentaba en la puerta de su nueva oficina, donde le aguardaban docenas de cámaras.  

Como si su actitud fuera la de todos los ex, dijo que lo  natural era que, finalizada su etapa de presidente pidiera el reingreso en su cuerpo profesional. Pues no, señor Rajoy. No es lo habitual, o no lo ha sido hasta ahora en este país. Los expresidentes, con muy buen suelto vitalicio y con la posibilidad de tenerlo aún mejor si prefieren  incorporarse al Consejo de Estado, han mantenido su estatus de expresidente; José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero tuvieron despacho en el Consejo durante un tiempo, hasta que decidieron aprovechar las oportunidades que grandes empresas nacionales e internacionales suelen ofrecer a ex altos cargos. Si son expresidentes, mejor. 

No se conocía hasta ahora que un expresidente quisiera volver a su antigua profesión. Sin embargo, cuando se le preguntaba a Rajoy cómo se planteaba su futuro repetía hasta la saciedad que la política era transitoria y volvería a su plaza de Santa Pola. Nadie le creía. Y resulta que ahí está, en Santa Pola.

Una actitud digna de elogio, que solo criticarán quienes se apuntan desde cualquier partido a criticar porque sí al adversario, haga lo que haga, milite donde milite y decida lo que decida. Sí se puede cuestionar en cambio que dejara encauzado el proceso de sucesión, para impedir así el espectáculo que hoy sufre su partido, con una lucha por el poder que puede provocar que el Partido Popular salte por los aires víctima de las rivalidades entre algunos de sus personajes más destacados. 

Pero también es cierto que si Mariano Rajoy hubiera hecho el menor gesto que se pudiera interpretar como apoyo a un  futuro presidente o presidenta en particular, o abiertamente hubiera presentado su propuesta a la Junta Directiva Nacional sabiendo que sería masivamente respaldado (que es lo que hizo Aznar cuando designó a al propio Rajoy) le habrían caído, con razón, críticas demoledoras desde diferentes frentes.

Por no hablar de que siempre habría sombra de sospecha de que él, Rajoy, trataría de influir desde fuera en la marcha del partido a pesar de su salida.  O que él, Rajoy, trataba de segar la hierba a su sucesor si no seguía la línea marcada. Como le ocurrió a él con su predecesor en el cargo.

Así que se ha ido como siempre pensó que se iría, a Santa Pola. Lo que nunca tuvo en mente fue que la fecha la marcaría una moción de censura.

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