Opinión

Senado: empieza la función

Comienza hoy en el Senado la función que decidirá el destino de Cataluña pero también el futuro inmediato de un  hombre acosado, Carles Puigdemont, presidente del gobierno de Cataluña pero en estos momentos el político más debilitado que hay España.  

La aplicación de la ley le espera a la vuelta de la esquina, hasta el punto de que puede conducirle directamente a la cárcel. Por otro lado, los suyos le presionan de forma inmisericorde para que incumpla esa ley que pondría un final dramático a su trayectoria política, porque las dudas en que se ha movido en los últimos días, y la falta de coraje para imponer su criterio, el que fuera, en vez de dar bandazos en función del poder de convicción del último que le susurraba al oído, impedirán que pase a la  historia como un héroe que proclamó la independencia contra viento y marea, con valentía y con voz firme. Ni siquiera lo hizo en el debate parlamentario del día 10, sino que pronunció un discurso oscuro que daba pie a varias interpretaciones… para luego, en la clandestinidad, firmar un documento inequívocamente independentista.

Comienza en el Senado el debate sobre la aplicación del 155, ante el que el PSOE también presenta dudas en el último momento, apareciendo los primeros signos de división en ese partido que empezaba a recuperar el prestigio perdido en sus disputas internas y en el que Pedro Sánchez había impuesto una línea muy clara de actuación respecto al independentismo. 

Voces socialistas han advertido que si Puigdemont convoca elecciones se debe suspender el 155; otras, coincidiendo con lo que defienden PP y Ciudadanos, creen que solo se puede suspender si, además de convocar elecciones, Puigdemont renuncia públicamente al independentismo y promete respeto a la legalidad y a la Constitución. Si no lo hace,  una convocatoria electoral no resolvería nada, ni siquiera aunque el resultado favoreciera un gobierno de partidos constitucionalistas.

Para Puigdemont ha llegado la hora de demostrar si es algo más que un periodista subvencionado con dinero público que consiguió así hacerse un nombre en la política, y que llegó a la presidencia de la Generalitat porque los antisistema exigieron la cabeza de quien había ganado las elecciones, Artur Mas. 

Hoy Mas le aconseja que tire para un lado, la CUP que haga lo contrario, su partido no se pone de acuerdo sobre qué se debe hacer y ERC le maneja como si en vez de presidente del gobierno catalán fuera una marioneta que se mueve según quienes manejan los hilos. Patético. Pero su patetismo no inspira lástima, sino que por el contrario anima a tomar medidas expeditivas que salven a Cataluña, y a España entera, de dirigentes mediocres que se toman las responsabilidades políticas a título de inventario y actúan como solo lo hacen gobiernos que cercenan libertades y se apoyan en la capacidad de movilización de masas enfervorizadas. Lo que se llama vulgarmente repúblicas bananeras.

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