Opinión

Apuntar al corazón

Existen maneras y maneras de hablar, como existen maneras y maneras de expresarse, de comunicarse, de hacerse oír. Todas ellas están relacionadas; pero no son lo mismo porque hay regiones del espíritu que respiran aire supremo y  altos ideales. Pocos discursos han hecho Historia en los últimos años y los que tienen esplendor  vienen del abrevadero de oratorias pasadas. Alfonso-Daniel  Manuel Rodríguez Castelao  en su discurso de 1948 “Alba de gloria” es, sin duda, el precursor de  la consolidación de un imaginario nacional. Esta pieza ha cumplido setenta años y viene a recordarnos que no es la Historia sino la tradición lo que nos constituye en pueblo. La pueden sentir en el Museo do pobo galego en Santiago.

Castelao, como Santiago Apóstol,  pasó por la vida como peregrino y guerrero y como tal ejerció ante emigrados y exiliados en el Centro Gallego de Argentina. En “Alba de Gloria” el hijo ilustre de Rianxo habló con el inspirar del corazón y el expirar de la razón y sintetizó palabras, frente a imágenes simbólicas de la Santa Compaña, desfilando personajes creadores de la tradición en Galicia.  Es un canto a la imaginación cuando no es suficiente la realidad.  Castelao en el discurso referido utilizó  buena dicción y técnica, sabía muy bien a quien se estaba dirigiendo y tenía interiorizado el sentimiento de  saber por qué estaba dónde estaba y qué era lo que unía a todos los presentes.  Eran tiempos aquellos en que hablar a las masas era cuestión de corazón, pero había verdad como deseo de transmitir al público. 

La oratoria no está en los colegios, no está en las universidades y tampoco se la espera porque se sigue repitiendo que  a hablar se aprende hablando. Es una niebla congelada a la espera de los rayos solares. Sabido es que al orador se le pide la agudeza de los dialécticos, las sentencias  de los filósofos, el estilo de los poetas, la memoria de los jurisconsultos,  la voz de los trágicos y  siempre el gesto de los mejores actores. De este combinado  sale el comunicador  perfecto sin necesidad de  ser Demóstenes o Cicerón.

Impactar y cautivar es hoy fácil porque hay mucho silencio a cubrir. Es tiempo de escuchar por encima de oír, de amplificar los sentidos para encontrar emociones en las palabras. Nada puede sustituir a gestos, sensaciones, aromas y personalidad. Mire, observe, interiorice y sienta. Y no se deje encandilar  por la luz y el ruido de fuegos artificiales.

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