Opinión

Al pan, pan... ourensano

El tiempo pasa para todos y para todo. En ocasiones sus efectos son beneficiosos, y en otras son, como mínimo, dudosos.

Afortunadamente en Ourense aún se puede degustar el delicioso pan de Cea, incluso sin ir a los hornos del pueblo; varios locales de la ciudad nos lo acercan a diario, y el horno de Santa Cruz, por citar a uno de los magníficos obradores ourensanos, continúa gozando de merecida fama. Viene esto a cuento porque me prestó hace unos días esta fotos y alguna más la amiga Flora Ferro Borrajo, y me han traído recuerdos de otros tiempos (que raro en mí). En esta ocasión el protagonista es el pan, producto en el que Flora y su familia fueron especialistas. La panadería de Manolo Ferro “o Picho”, fue histórica en Barbadás. Muy cercana, la del tío Julio fue la que recogió el testigo del horno de Carmen (la abuela Carmen), en Sobrado; mientras Pepe Labareda se instalaba con sus bártulos en San Pedro de Moreiras (haciéndose cargo del horno de los Sabucedo que años después regresaría a manos de ese apellido, y aún  hoy siguen haciendo buen pan sus descendientes).

Ahora que lo pienso y con los datos que me facilitan mis amigos y parientes, serían necesarios varios libros para recoger la historia de la panadería ourensana. Raro era el pueblo que no tenía un horno al menos, en alguna zona tres o cuatro, y todos tenían trabajo. Los ourensanos “de ayer” no sufrían problemas de obesidad como nosotros, el trabajo físico se encargaba de mantener el tipo.

Recuerdo no hace mucho (bueno quizás más de treinta años, ¿pero qué es eso?), ver por la calle aquellas señoras empujando un carrito, cargado con cestos de pan. Con el tiempo se fue modernizando, y el carrito se convirtió en una caja de chapas metálicas con ruedas que permitían mantener el pan caliente hasta la entrega al cliente. En aquellos tiempos las calles poco se parecían a las actuales: la panadera, la lechera, el repartidor del hielo, los maleteros de los coches de línea... personajes que han desaparecido.

Pero volvamos al pan ourensano. En mis lecturas de viejos periódicos, me hablan del horno de los Brasa en la Praza Maior, en Santo Domingo a la altura de las Galerías Viacambre, existió otro; la tahona de Claudio, en la calle Reza, y muchos aún recuerdan el horno de la Cooperativa Cívico Militar, (aquel que ocupaba el solar donde se construyó la torre de Ourense); en las Burgas y la plaza de la Trinidad se concentraban varios de los mejores: Rosa, Camilo's (porque al menos hubo dos con ese nombre), la Canóniga, la Remedios (las mejores empanadas, para mi gusto), y alguno más ya desaparecidos. 

De todos ellos, el más longevo, según mis datos, fue el horno de La Espiga de Oro, que tuvo varios dueños y varios emplazamientos, e incluso un cambio de nombre en los comienzos de su andadura. En 1916 se anuncia la apertura de la panadería La Ibérica al lado de la Relojería Portuguesa (aproximadamente donde hoy está la librería La Viuda en Lamas Carvajal). Desconozco el motivo, pero poco tiempo después se traslada a la calle del Alba, numero 7 y cambia la denominación, por la de La Espiga de Oro, nombre que en Galicia ya tenía gran prestigio, con negocios homónimos en Vigo y Pontevedra (aunque no he podido confirmarlo, existe una alta probabilidad de que tuvieran relación). 

Hacia mediados de los años 20 se convierte en el horno de referencia en nuestra Auria, y según manifiestan en la prensa local, se le concede la exclusiva de la fabricación del pan de lujo “Bollos de San Isidro”. Hacia mediados de los 30, y con intenciones de ampliar, se realizan inversiones en maquinaria y se traslada el obrador a la calle del Padre Feijoo (enfrente del Instituto). En ese momento estalla la Guerra Civil y, como todos los negocios, sufrió un revés que la hizo languidecer y estar a punto de cerrar. 

Es en 1940 cuando un emprendedor Celestino Mosquera Conde coge las riendas de la empresa y pone en práctica los conocimientos adquiridos en sus casi diez años de empleado de la Cooperativa Cívico Militar. Uno de sus primeros logros, es el de conseguir la exclusiva de servir el pan para el cuartel (hasta ese momento se traía desde Vigo). En tan solo dos años, compra un solar en la calle Galicia, donde construye un edificio que será la nueva sede de la empresa. Allí se hace con lo último en tecnología de panadería y consigue una capacidad de elaboración inusitada en aquellos años: 15.000 raciones diarias para el Ejército y 1.500 kilos de harina para pan de diferentes clases destinado al público en general. 

Durante muchos años fue el referente en la panadería industrial ourensana (no hace mucho que desapareció), pero a pesar de ello muchos hornos con menos capacidad de producción consiguieron mantener sus buenos negocios. La calidad siempre vende, sea en grandes o pequeñas cantidades.

Volveremos sobre el tema, que sin duda tiene mucha miga (perdón por el mal chiste).

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