Opinión

Comenzaba un siglo, 1905

Disfruto estos días con la lectura de un viejo semanario del que hace unos meses os hable. “Piave”. Mi intención es facilitaros una información completa de esta publicación siguiendo el modelo del profesor Marcos Valcárcel (aunque no sé como saldrá…). El caso es que con su lectura me estoy viendo de paseo por el Ourense de comienzos del siglo XX y encuentro muchos detalles que creo a muchos de vosotros os gustará conocer. No voy a entrar en temas de política, fútbol y religión, sabéis que les huyo como del fuego, a mí me gusta más conocer los estilos de vida. 

Antes de nada debemos recordar que Auria era un pueblo eminentemente rural, con muchas carencias en cuanto a empleo, servicios, educación, sanidad. ¡Sí! ¡Sí! Os hablo de hace 100 años, no de hoy… Chascarrillos al margen, este era Ourense: 

El núcleo urbano comenzaba a desarrollarse y la naturaleza lo obligaba a seguir el curso del Barbaña; la calle Progreso estaba en pleno desarrollo y su principal problema era que hacerla transitable resultaba muy costoso, fue un éxito que se hicieran aceras, pero hubo que luchar con los “bolsillos de los gobernantes” para que cruzar la calle no fuera una odisea. Finalmente se consiguió hacer varios pasos empedrados (la ubicación fue tan bien estudiada que se mantienen todos en la actualidad, a la altura de San Miguel y Reza, en la carretera de Trives, en la Alameda…). El Roma aun no se había erigido con el empaque que Gulías le concedió, pero ya existía su predecesor y poco a poco iba concentrando a los viajeros y visitantes de aquella Auria. 

 Esos visitantes sufrían una de las peores plagas de rateros y timadores que azotó la ciudad, entre mozalbetes sin control paterno, cacos reconocidos y hábiles carteristas, cuentan que los días de feria cada vez eran menos los asistentes, con el consiguiente perjuicio para la economía local. Hubo que actuar con firmeza para dar solución. Hacia finales de la década quedaba el problema de los golfillos, que aunque incómodo era asumible y en ocasiones incluso divertido. (Para los espectadores, porque para los damnificados…) Cuentan las crónicas escenas “llamativas” como el robo de una gallina en la feria, que la descuidera pretendía llevar oculta entre sus pechos, ¡cómo estaría la moza para pretender que no se notara!, seguro que “en-cantaban”.

Problema serio era también el que se denominaba "trata de blancas", en el que las chicas y en ocasiones niñas de familias con pocos recursos eran atraídas por chulos y celestinas hacia el mundo de la prostitución, que por cierto era tolerado cuando las damas eran mayores y la ejercían en libertad. Uno de los más famosos locales estaba en la calle de La Luna, donde yo conocí de siempre el bodegón y hoy creo que existe un pub. 

El local en cuestión era citado con asiduidad en los papeles, no por ser un antro de “lenocinio”, sino porque allí se ejercía otra de las lacras que se padecían en la época: el juego. Las timbas ilegales eran causa de ruinas familiares e incluso suicidios, un muy serio problema. Al hilo de este problema, os citaré a otros especímenes de la fauna urbana: los “pollos pera”, hijos de familias de postín que por causas desconocidas decidieron vivir del cuento. Algunos lo consiguieron de por vida, otros volvieron al redil y con mayor o menor fortuna dieron prestigio al apellido, y otros terminaron malviviendo. El caso es que para que pudieran existir ellos mismos se creaban o intentaban crear hábitats. El Liceo les parecía muy “simple” y crearon el Casino de caballeros. Poco duró la aventura, poca cabeza y mucha juerga hicieron que las deudas acabaran con la sociedad y regresaran al Liceo a “dar la lata”. Hubo otros intentos, como el de creación de la sociedad recreativa “El Grelo” (que no he podido confirmar que llegara a existir), y otra de nombre “Mirlo Blanco”, de la que solo he podido encontrar datos de la reunión que se hizo para decidir el nombre: las opciones, "Gansos Rojos", "Avestruces Azules" o la finalmente elegida (aunque me parece que la noticia que lo recoge es un pelín irónica, ¿no? 

Otro dato que llamaba la atención lo recogía la prensa en noviembre de 1905: “El mes pasado, de los 35 nacimientos registrados en la ciudad, 14 eran ilegítimos”.

 Por fortuna no todo eran calamidades, en aquel Ourense; la prensa tenía un alto nivel y, política aparte, gozaba de gran prestigio y credibilidad, hablamos de: El Eco de Orense, El Miño, La República y, sobre todo, el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos. Junto a esas cabeceras de prensa coexistió el Píave y La Bruja.

 La milla de oro comercial la componían la Plaza de la Constitución y las calles de la Paz y del Instituto (Lamas Carvajal). El negocio de Pepe Delage era de los más prestigiosos, él se encargaba de ofrecer a las damas ourensanas la moda de París. En el terreno educativo comenzaban a situarse en la ciudad los colegios religiosos, Carmelitas, Maristas y, rematando la década, los Salesianos. Pero no se partía de cero, la ciudad contaba ya con academias de enorme prestigio, la Academia Hermanos Villar, el Colegio León XIII de los hermanos Núñez de Couto, El colegio San Luis Gonzaga, el San José de Calasanz de Don Pío Ramón Ojea y, sin duda, el colegio de Don Ángel Ferrín Moreiras el Modelo. 

Como siempre digo, continuara… Queda contaros otro serio problema: el que suponían los acaparadores, la efímera existencia de un cine llamado Gilago (en Lamas Carvajal), y hablar a uno de los grandes empresarios de la ciudad, Andrés Perille, entre otros temas de aquella época. Pero otro día será.

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