Opinión

Vamos a los toros

Muchas son las referencias a los toros que encuentro en la prensa ourensana, sin embargo ni yo ni la mayoría de mis conocidos tenemos grandes recuerdos de estos espectáculos en la ciudad.
De entre todos los artículos encontrados, hay uno de Don Benito Fernández Alonso, publicado en el periódico El Derecho allá por el año 1890, que nos permite tener una clara visión de la Fiesta Nacional en nuestra Auria. En sus investigaciones, don Benito se fue encontrando con efemérides que para las autoridades de la ciudad eran merecedoras de un espectáculo taurino que divirtiera a los ciudadanos. (Aprovecho para apuntar que posiblemente fuera interesante que algún ente público o privado gestionara la publicación de un recopilatorio de los fantásticos trabajos que don Benito nos ha legado los ourensanos, y que yo sepa al menos, exigen la consulta de innumerables publicaciones para su lectura.)
No era Benito Fernández Alonso precisamente un defensor de la fiesta de los toros, o eso al menos parece deducirse de sus comentarios, que indican que en su época finales del siglo XIX “el público soez reclama sangre y precipita al inexperto lidiador para que se clave en un asta o se muera atropellado y deshecho por la fiera”.

Pero vayamos al comienzo de la historia:
No se puede asegurar cuando comenzó a gestarse la afición a los toros de los orensanos, quizás fueran las legiones romanas mientras levantaban nuestra vieja Ponte. Nos recuerda Fernández Alonso que el origen de la fiesta se supone en las luchas entre condenados a muerte con lobos, osos y otras fieras en las plazas públicas, para, de paso que se hacía “justicia”, se divirtiera el pueblo.
En nuestra ciudad, los primeros datos escritos se refieren a las actas municipales que daban cuenta de los actos organizados y los gastos sufragados. Es así como consta el día 4 de junio de 1568 como fecha de la primera corrida organizada en la plaza del Concejo (falta por confirmar si la referida plaza del Concejo era la actual plaza Mayor, o los actuales jardines del Obispo Cesáreo, o incluso la zona de los jardines del Padre Feijoo, Cruz Roja, dado que allí se ubicaba la Casa del Concejo en tiempos), y ese mismo mes y año, el día de San Juan, la segunda. No fue un estreno muy afortunado, ya que según recoge el cronista, la poca habilidad del carpintero encargado de colocar los palenques y burladeros, llamado Pedro de Arce, hizo que cuatro de los toros se escaparan. No consta desgracia personal alguna, pero sí es sabido que los regidores no solo no tuvieron que abonarle su trabajo, si no que lo enviaron una temporada a la cárcel.
Se citan varios años con festejos taurinos, en las actas del Concello, pero es en la de 1597 cuando conseguimos saber el nombre de los diestros que lidiaron a los astados. Se trataba de Francisco Palomares, Juan Cosín y Manuel Esteban de Peñafiel, quienes entretuvieron la tarde haciendo suertes por un estipendio de 180 reales más todo el resolio (el “resolio”, que contaba don Benito era “Resolí”, un licor café "aguado” de aproximadamente 16 grados, muy de moda en el Ourense del XIX) que quisieran beber en aquel día. Esta corrida en concreto, probablemente por celebrarse el día de Nuestra Señora de Reza, contó con la animación de los “Ministriles de la Catedral Ourensana”, y la música de sus “chirimías” (los “Ministriles” eran profesionales de la música que tocaban en actos religiosos y los mas relevantes actos públicos, dependían de los estamentos religiosos, y su instrumento habitual eran las “chirimías”, instrumentos de viento).

Bodas reales, festejar a Santiago Apóstol, nacimientos de príncipes, homenajes a obispos, etc., eran causa de celebración de fiesta taurina. Fiesta que como queda dicho se celebraba en plazas provisionales y de muy escasa seguridad.

La plaza del Concejo, el entorno de la capilla de Los Remedios, la zona de las Lagunas (antiguamente campo das Bestas), el barrio del Couto y Mariñamansa fueron los emplazamientos que a lo largo del tiempo fue teniendo. Este último, concretamente el solar detrás de la actual iglesia de San Pío X estuvo a punto de convertirse en la plaza estable de Ourense. Intentos hubo al menos dos, el primero (1896), gracias de nuevo a don Benito Fernández Alonso, perfectamente documentado (y custodiado por la Diputación Provincial), sucedió a finales del siglo XIX cuando se le encargo al arquitecto Wenceslao Gaviña Vaquero el diseño de una plaza de pequeñas dimensiones. El proyecto estuvo a punto de quedar en el olvido, pero la intervención de comerciantes de prestigio locales consiguió que al menos se levantara una de madera, que durante años (con contiunos arreglos) dio servicio a la ciudad; toros, actuaciones musicales, actividades deportivas, fueron algunos de los espectáculos que entre aquellas gradas de madera se disfrutaron.  El segundo fue mas cercano en el tiempo, y nos trae a los años cincuenta en que el abogado Manuel Penín Noguerol organizador de los festejos en esos tiempos (y miembro fundador de la peña taurina Ourensana), retoma el proyecto e incluso consigue comenzar las obras. La falta de apoyo económico dio al traste con la idea. Y finalmente volvió a levantarse una provisional.
Ah, me olvidaba, los espectáculos taurinos en sus comienzos eran gratuitos, los toros los ponía la cofradía de Carniceros, y los gastos de toreros y demás eran a cargo del Concejo.

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