Opinión

El pozo de Tolalán

Abriéndose camino a través de los estratos que blindan la corteza de la tierra, los equipos que desde hace ocho días buscan a Julen tropiezan una y otra vez con grandes piedras de formidable dureza que pulverizan las brocas percutoras. Se trata de una operación de rescate sobre cuyo resultado nadie manifiesta en público su verdadera opinión, y, en privado, con pesadumbre y con la esperanza de equivocarse.

A Julen se lo tragó la tierra tan hondo, tan hondo, en un paraje perdido de los montes de Málaga, que toda la tecnología que se viene empleando en su rescate, aun la más avanzada, no ha logrado perforar la roca más dura e impenetrable que bloquea su encierro: el tiempo. Esto es, el tiempo crucial que corre y corre, llevándose el ánimo de los rescatadores y, con él, el de cuantos asisten a esa pelea desigual y desesperada. Sin embargo, el terrible suceso sigue generando una rara unanimidad en la opinión pública, que se resiste a manifestar su verdadera opinión sobre el resultado de la búsqueda, como si ocultándola se pudiera contribuir al milagro.

Tampoco aquí, en ésta columna, se expresará lo que su autor verdaderamente cree, o piensa, o teme, o espera. Hay unos padres, y unos familiares, y unos convecinos, y unos cientos de trabajadores que están luchando a brazo partido, a bocados, con la tierra, que no merecen oír la estúpida verdad. Pueden intuirla, pero todos ellos, y los valientes mineros asturianos que preparan el último ataque, necesitan obviarla, silenciarla dentro y fuera de sí, para poder seguir luchando contra el tiempo.

Ese general silencio piadoso habla bien de los españoles, incluso de los que nos dedicamos tantas veces a hablar por hablar o a hacerlo con tanta arrogancia como ligereza. Todos nos guardamos la opinión, salvo quizá algunos de los bocazas que pueblan las redes, porque nuestra opinión, la de cada uno de nosotros, no importa nada ni sirve ahora para nada, y no, desde luego, para hallar a ese niño en el recóndito e impreciso lugar en que le tiene preso la montaña.

Ya llegará el momento, fausto o infausto, de expresarse; ahora, cavar y cavar.

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