Opinión

La extraña patria de Casado

Para ser tan patriota, tan español-español como dice, no se entiende que Pablo Casado crea que la capital de España, donde tiene su sede el máximo órgano nacional de representación democrática, es Bruselas.

El presidente del Partido Popular, del que choca que su facilidad para los estudios y los títulos universitarios no se compagine con sus pobres conocimientos sobre Historia, particularmente la de Roma y la de la Conquista de América, se ha ido a Bruselas para ver si sus correligionarios del Grupo Popular Europeo influyen y presionan para que la Comisión le tumbe al Gobierno de España sus presupuestos. O dicho de otro modo: lo que muy probablemente no va a conseguir en Madrid (la capital de España y donde está el Congreso, señor Casado), que el salario mínimo no suba y que no se toque un euro, vía impuestos, a los ricos, intenta conseguirlo en Bruselas. Tanto aquí como allí, en España y en la UE, semejante pretensión, inevitablemente ejecutada denigrando en el extranjero al ejecutivo español, ha causado, si no sorpresa, sí vergüenza ajena y consternación.

En la UE, en Bruselas, andan éstos días liados con la fase más delicada y transcendente del Brexit, y no menos con los delirantes, esos sí, presupuestos italianos, de modo que no es probable que reparen mucho en Casado. Ni Angela Merkel, que con quien habla, porque es con quien tiene que hablar, es con Sánchez, el presidente del Gobierno. Así y todo, entre Puigdemont, su amigo el presidente del Parlamento de Flandes y Pablo Casado, deben estar dejando en Bélgica una imagen un poco distorsionada de España, y ello en unas tierras donde tampoco se puede decir que dejaran un amable ni fugaz recuerdo nuestros Tercios.

La patria de Casado, la de la derecha profunda que se propone liderar en disputa con Rivera y con VOX, es una patria extraña cuya capital muda de emplazamiento a conveniencia y que hoy sitúa en Bruselas. La patria es suya, pues se ve que la han inmatriculado, y pone su capital donde le da la gana. Con todo, no se puede negar que en lo tocante a poner verde en el extranjero a España, a la que considera apócrifa porque no es la suya, Casado es un discípulo digno de su maestro, aquél Aznar que iba por ahí echando pestes y que parece, por la sombrosa identificación con él, que se lo ha tragado y lo lleva dentro.

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