Opinión

Cuento triste de Navidad

Érase un día de invierno que había amanecido entre nubarrones y apenas había dejado traspasar unos tímidos rayos de sol en toda la mañana dando paso a una tarde que caía lentamente hacia ese espacio de tiempo donde la oscuridad se iba imponiendo poco a poco hasta rendirse a una noche cerrada y oscura en aquel pueblo perdido entre montañas, porque estas cosas solo pasaban en esos pueblos perdidos de dios, donde ya van quedando pocos niños porque sus papás han preferido irese a la ciudad en busca de trabajo, pero también de movida, mogollón, estrés y contaminación. Se oían a lo lejos prolongados aullidos de lobos que más bien perecían lamentos que me recordaban unos tiempos ya lejanos en los que, ante la ausencia de pantallas, móviles y videojuegos, pasábamos las frías tardes y noches de invierno en torno a la hoguera escuchando como Caperucita Roja iba caminando por el bosque, hablando sin cortarse un pelo con el lobo como si tal cosa, para llevarle una tarta a su abuelita que, curiosamente, vivía solita en un pueblo cercano. No estaba lejos, era lo que se dice “a carreiriña dun can”.

Cualquier niño de pantalla plana o curva de hoy , te puede contestar perfectamente que esto es una gilipollez, y lo peor de todo es que posiblemente tenga razón, hoy los lobos, los lobos clásicos, los “lupus”, son una especie protegida y no se le puede pegar un tiro así como así, además, tampoco son tan peligrosos como nos hicieron creer cuentos como el de Caperucita.

Por desgracia, los peligros de hoy son los mal llamados hombres-lobo ( por cierto, lo tuvimos aquí cerquita, en los bosques de Allariz deambulaba el Romasanta en las noches de luna llena allá por meduados del siglo XIX ) que, por lo que podemos comprobar, todavía quedan por nuestra geografía violando y matando, como este desgraciado de Huelva, a los que tampoco se les puede pegar un tiro, aunque lo hayan cogido in fraganti , porque nuestra avanzada civilización no lo permite, ni en la mayoría de los países existe la pena de muerte ni se la deseamos a nadie, pero a todos nos quedaba una sensación de alivio cuando se la producían ellos mismos en tiempos en que el arrependimiento no les permitía seguir viviendo, como hizo Judas, por ejemplo, con bastante menos delito, pero ahora vivimos en una época en la que no se llevan estos desenlaces.

Cuando llega la Navidad todos nos apresuramos a desear a nuestros amigos y familiares que tengan unas felices fiestas, pero se hace difícil hacerlo cuando sabes que en esta ocasión no estarán en su mesa personas queridas que siempre lo estuvieron, y estos días los vamos a echar de menos con más intensidad.

Por eso no sé que decirle este año a mi entrañable amigo Eduardo que hace unos meses su adorada nietecita Paloma, con solo un año de vida, hizo su única travesura en su corta vida, pero mortal; poniéndose de pié en su cuna y alcanzando una cinta que colgaba de algún sitio y se entretuvo enrrollándola en su frágil cuello con con tan mala fortuna que se axfisió al sentarse sin que su cuidadora, que estaba en la habitación contigua, se diera cuenta de la tragedia que estaba ocurriendo aquella tarde en Madrid, hasta que llegaron del colegio sus hermanas Beatriz (8) y Carlota (5) y fueron a la cuna para dspertarla pensando que estaba dormida. Era lo que llamábamos antes, un angelito, pero desde aquel día la tristeza llena aquella casa. 

 Estuve en la boda de sus padres, médicos-cirujanos ambos. Solo me queda acompañarles en su dolor. Sé que hay tragedias todos los días que afectan a niños y mayores en todos los rincones del mundo, pero cuando las tragedias llegan a tus seres más cercanos y queridos, recuerdas aquello que los antiguos decían que este mundo no era más que un valle de lágrinas.

A pesar de todo, aunque sea con tristeza. Feliz Navidad.

Te puede interesar