Opinión

Ganas de incordiar

Afortunadamente  la gran mayoría de las personas con las que compartimos nuestra vida salen a la calle todos los días con el ánimo de hacer la vida lo más agradable posible a sus vecinos, ay, se me olvidaba, y también a sus vecinas, no sea. Mi tío y padrino, Ramón López F. Casas, el que fue maestro de Bentraces en la posguerra y después en Carballeda de Avia donde se jubiló, hermano del que, por muchos años, fue cura de Barbadás, el legendario y recordado Don Serafín, los dos, hermanos de mi madre Pastora;  Era el mejor ejemplo de ese estilo de comportamiento cívico, señorial y ceremonioso del que ahora apenas quedan referencia. Hacía posible que una simple gestión en la calle se convirtiera en un interminable paseo,  saludando efusivamente, con toque de sombrero incluido, a todos los conocidos, muchos, que se iba encontrando; a sus pies señora, ya sabe que nos tiene a su disposición, salude en mi nombre a su marido, muchos recuerdos a Flora etc... Daba la sensación de que, en lugar de hacer la gestión que se había propuesto realizar aquella mañana, a lo que realmente se dedicaba era a esa  exquisita atención  a las personas que se iba encontrando en el camino; hola, buenos días. ¿Cómo estás? ¿Cómo está tu mujer? Siento lo de tu padre. ¡Cuántos recuerdos teníamos del frente, Dios mío! Era alférez provisional ¿Qué tal el fin de semana? ¿Cómo os ha ido el verano? Ayer he visto a tus hijos, qué mayores están, a ver si nos vemos estos días y charlamos con calma, y así. 

Sí, y así se pasaba la vida en aquellos tiempos donde todo estaba, al menos en apariencia, perfectamente claro y controlado, los días transcurrían sin demasiadas inquietudes y, como todavía no teníamos Constitución, no había la incertidumbre de qué pasaría si se aplicaba o no, el artículo 155.  De hecho,  en aquellos tiempos, todos los artículos habidos y por haber los teníamos de aplicación inmediata en todo momento sin tener que pedir autorización a ninguna instancia superior, el cabo de guardia sabía perfectamente lo que tenía que hacer.  

Este es el origen, después de tantos años de afirmaciones contundentes y rotundas, de la madre de todas las incertidumbres en la que estamos ahora  sumergidos, que ya no sabemos si vamos o venimos, si  estamos o no estamos, si somos o no somos independientes. ¿Pero no decían que era solo de los gallegos eso de que, cuando te los encontrabas en una escalera,  nunca se sabía si bajaban o subían? A ver si ahora va a resultar que somos nosotros los que mejor llevamos eso de las nacionalidades, regiones, cachos o parcelas, porque ya hace tiempo que sabíamos, sin organizar ningún “ tifostio”, (el Sr. Mas parece que se acaba de enterar)  que lo de la independencia sin reconocimientos, apoyos, empresas, sin chicha y sin parné, no sirve para nada. ¿Por qué no nos consultaron antes? En el mundo capitalista que habitamos, y la parte en la que no manda el capital está peor, la única independencia posible está en tu tarjeta de crédito, y ésta es internacional. Esto la saben bien los líderes independentistas catalanes que todos la tienen, sin excepción, y la mayoría, Visa Oro.

Ni que decir tiene que para mí,  que siempre fui un rápido “fuguillas”, ( ya mi nieta Lucía con cuatro años se dio cuenta de que era muy “apuroso”)  el acompañar a mi tío Ramón por el Parque San Lázaro, o el Paseo era un suplicio, nunca se sabía a qué hora podíamos llegar. Aunque eran tiempos de “pazciencia” y estábamos acostumbrados a la marcha lenta,  empezaban ya a surgir inconformistas que no estaban de acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos pero que, ante la poca acogida que tenían y sobre todo, por no meterse en la zona prohibida y también, por no discutir,  optaban por coger la maleta y buscar otros horizontes pero, a diferencia de lo que pasa en la actualidad, no incordiaban, no acosaban, no molestaban, se iban, simplemente, adiós tú que llevo prisa.

Con el paso de los años no puedes evitar la nostalgia de aquellos tiempos, máxime cuando ahora el personal ,  en lugar de tratar de hacer la vida más agradable a sus congéneres se dedica a incordiar.

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