Opinión

La decadencia de las élites

También podría titularse; el fracaso de los privilegiados, el ocaso de los elegidos, las chapuzas de los líderes, o lideresas, no sea, o cualquier otro encabezamiento que nos pudiera servir para definir una época donde nos está fallando estrepitosamente, con las excepciones de rigor, claro está, esa clase de personajes destacados, esas élites que ocupan u ocuparon puestos relevantes en las instituciones del Estado, gobierno, tribunales, universidades, ministerios, organizaciones o empresas que, unas veces por su preparación, por su valía, otras por su oportunismo, gracia o suerte, (porque la suerte existe hasta para la lotería, una vez que la compras, eso sí) han sido elegidos directa o indirectamente para unos puestos estratégicos que tradicionalmente nos habían servido de referencia o ejemplo de profesionalidad y prestigio, incluso en algunos casos, de admiración, ahora pocos ciertamente, al margen de cualquier procedencia, profesión, tendencia o ideología.

Nunca como ahora, en estos tiempos de incertidumbre y pesimismo; cuando las improvisaciones, contradicciones y chapuzas presiden con demasiada frecuencia las actuaciones de algunos magistrados, políticos, catedráticos, consejeros, ministros y altos funcionarios de la Administración, poniendo en entredicho instituciones prestigiosas de las que nunca habíamos dudado de su reputación; nos habíamos levantado cada mañana con la sensación de comprobar que si este país sigue funcionando más o menos, gracias a dios, aunque sea a trancas y barrancas, es porque los curritos de a pie, aquí o en el exterior, trabajando o de voluntarios-misioneros, da igual, los que dan la cara todos los días, los que están detrás del ordenador, mostrador, teléfono, máquina, volante, timón, bisturí, escoba, soplete o destornillador, están en su puesto de trabajo, llegan a su hora, cumplen con su deber, son honrados, trabajan en el taller, hospital, escuela, cuartel, fábrica, oficina o comercio, tratando de llegar a fin de mes para poder pagar sus hipotecas, impuestos, seguros o colegios de sus hijos, mientras los que van sobrados de “pasta”, con coches oficiales, viajes en primera o en helicóptero, dietas y tarjetas de barra libre, no tienen que fichar, ni tienen problemas económicos porque sus retribuciones no están sujetas a las leyes del mercado, no tienen que competir, no tienen que lograr objetivos porque saben que, aunque no cumplan ni vayan a su sillón o escaño, van a seguir cobrando su gruesa nómina a fin de mes, puntualmente.

Nunca como ahora, ante el deterioro generalizado, la incompetencia y temeridad de algunas personas responsables de instituciones que han funcionado siempre con responsabilidad, honradez y prestigio, han hecho posible que se respire un aire de inseguridad laboral, económica, jurídica o académica que nos hace dudar ya de cosas tan elementales que llega el momento en que ya ni sabemos quien tiene que pagar un impuesto determinado, qué hay que hacer para obtener un máster o un doctorado en una universidad, a quien poder vender bombas, fusiles o fragatas, o si el insultar, ofender y cagarse en todo lo que vuela, incluido las más altas instancias humanas y divinas, entra en el sagrado derecho a la libertad de expresión. 

Nunca como ahora, cuando el desconcierto preside nuestras vidas, nos hemos despertado cada mañana con la incertidumbre de saber cual va a ser la última ocurrencia del político de turno, el último desafío de los que se creen superiores y no admiten razones, de quien será el próximo video chantajista celosamente guardado en un cajón esperando la ocasión para vender la exclusiva, a quien veremos insultado y ofendido por defender un principio, una creencia , o una bandera, o a quien podremos recurrir un día cuando ya no podamos soportar tanta injusticia, tanta ofensa, o tanta humillación.

Ya solo nos falta que un buen día, ante el desconcierto dominante, nos pueda aparecer un inteligente, suficientemente preparado y brillante juez estrella que, con un concienzudo y extenso razonamiento, pueda llegar a la conclusión de que el impuesto de los carburantes lo debieran haber pagado las petroleras, y nos devuelvan la mitad de lo que llevamos pagado en gasolina. 
Nos íbamos a forrar. Ja, ja. 

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