Opinión

Memorias de Orense/Ourense

 

Cuando volvemos a los lugares por los que ha transcurrido nuestra infancia y juventud, es inevitable el recuerdo de aquella época, un tanto lejana, eso sí, donde ya poco queda de las circunstancias, acontecimientos y personas que han presidido las primeras etapas de esta carrera de la vida en la que todos participamos. Nuestros sueños, proyectos e ilusiones trataban de abrirse camino entre caralsoles, principios, prohibiciones, imposiciones, censuras y certificados de buena conducta. 

Una de las pocas cosas que no han cambiado y que continúan sonando como cuando éramos unos niños, son las campanas de las iglesias, más sentidas y nostálgicas en nuestros pueblos, que nos siguen emocionando con sus lánguidos tañidos cuando doblan a muerte por un ser querido, en este caso, por la de mi sobrino; José Manuel Pérez Canal, que nos ha dejado a una edad en la que parece un contrasentido hablar de muerte natural , porque a los 56 años, hoy en día, la muerte es de todo, menos natural, es una tragedia, una pena, máxime para una persona en plenitud de facultades, con preparación, ideas e ilusiones y con grandes proyectos a la vista que nos había demostrado sobradamente, sabía llevarlos a buen fin en su corta pero intensa vida entre nosotros.

 El pasado Domingo día 18 lo hemos despedido en el cementerio de Sobrado del Obispo. Como trabajador y buen empresario ha estado hasta el último momento intercambiando mensajes desde su móvil con el equipo de su empresa; Aceites Abril.

Todavía la mañana del Viernes día 16 me contaba su madre, mi hermana Carmen, que había estado contestando correos y whatsapps a clientes y amigos sin saber que esos serían los últimos mensajes de su vida para, poco después, ya por la tarde, como si de iniciar un largo fin de semana se tratara, sumergirse para siempre en ese profundo y eterno sueño en el que todos descansaremos. Tu Elena, tus hijos Alexia y Manuel, tu madre, hermanos y todos los que tuvimos la suerte de conocerte, y en ocasiones, estar a tu lado, nunca te olvidaremos. 

Querido Jose; haciendo tiempo en el tanatorio, mientras tu Elena, tu madre, hermanos y demás familia recibíamos las condolencias por tu despedida, recordaba los momentos, algunos intensos, en los que nuestras vidas habían coincidido; desde tu infancia en Ourense, después en Madrid estudiando derecho, y esporádicamente en sitios tan diferentes, como esquiando en Sierra Nevada, o navegando con el amigo Carlos Quiroga por La Manga, Ibiza o Formentera, hasta ya más adelante, con la Ford; en Verín, Valencia o Londres, por ejemplo, porque al final quedan los recuerdos puntuales de hechos, cosas o lugares que un día rompieron la rutina cotidiana. 

Después de la muerte de tu recordado padre, Manuel Perez G. Delgado, llegó vuestro gran proyecto; capitaneando el equipo de Aceites Abril con tu madre y hermanos/as, llegando a alcanzar unas metas que nadie podía haber imaginado y logrando consolidar una de las empresas familiares más importante del país, creando puestos de trabajo y realizando fuertes inversiones en tiempos en que lo más frecuente era hacer todo lo contrario.

Estoy seguro que ese grupo ya tan consolidado de personas preparadas y entusiastas; desde el equipo de gobierno, hasta el último trabajador incorporado, que ha conseguido tantos éxitos para vuestra querida empresa; Aceites Abril, seguirá navegando a toda vela por ese mar agitado que es el mundo empresarial, porque ese equipo que tu comandaste en años tan difíciles y que está cimentado sobre unas bases sólidas, en parte, heredadas de vuestros ancestros, ha sabido sobreponerse a problemas, crisis y adversidades de todo tipo, como sin duda lo hará ahora, en días de tanta tristeza, superando también la desgracia de perderte. 

Como amante que eras de tu querido Ourense, te fuiste a morir en un día señalado que siempre recordaremos, el de la famosa carrera de San Martiño, acontecimiento del que estamos orgullosos todos los orensanos, pero que habría que haberlo hecho compatible con que la ciudad no se colapsara totalmente, sin poder utilizar el coche, ni tomar un triste taxi ni autobús, ni siquiera fuera del circuito, para, por ejemplo, poder ir a velarte al Tanatorio de As Burgas.

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