Opinión

Sin perder el centro

La llegada de cualquier nuevo miembro a una familia siempre es motivo de inquietud. Lo más probable y lo usual es que la integración sea la adecuada, que fluya el cariño y que las relaciones entre todos no se vea alterada. Pero también puede ocurrir lo contrario y que el nueva incorporación sea una fuente de conflictos. En ese caso lo mejor es verse cuanto menos mejor o que se produzca una mediación que sirva para suavizar el contacto. La Familia Real británica, que había logrado una cierta estabilidad y había recuperado fervor ciudadano con la boda del príncipe Guillermo está otra vez en el ojo del huracán tras la llegada de Meghan Markle, un huracán tras la modosita Kate Middleton y que según los mentideros londinenses no tendrían muy buena relación. Tan mala, al parecer que hasta la reina Isabel II ha decidido tomar cartas en el asunto. Pero en estos asuntos familiares, como en los políticos la reina reina pero no gobierna, de tal forma que va a tener difícil que sus buenos oficios sean capaces de mejorar la sintonía entre ambas cuñadas. Que quizá no  es tan mala como se dice, pero nada mejor que carnaza sobre los royals para que la devoren los tabloides británicos.

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