Opinión

Llegan el garson y la minifalda

La década de los 60 fue la de las revoluciones sociales. Los Beatles, la Primavera de Praga, el hombre a la Luna, fallece Marilyn, el Mayo francés, la minifalda y otros muchos acontecimientos con los que podríamos extendernos ocupando varios artículos. Pero nuestro interés hoy solo es hacer unas menciones de los cánones femeninos que afloraban en nuestra ciudad (y para quedarse), en tan entrañables años.

Hasta aquella época, las muchachas orensanas tenían que vestir casi igual que sus madres: con faldas por el tobillo, pocos colorines y, los domingos, calcetines blancos y zapatos de charol. Y peinarse con trenza o pocas alternativas. Pero llegó el “garson” y la minifalda para revolucionar el gallinero (dicho con sentido de humor y sano regocijo). Fueron más o menos coincidentes en el tiempo, y ambas circunstancias eran signos a su modo de que algo quedaba atrás, para ir paso a paso hacia un futuro social del cual aún había cierta desconfianza.

El peinado femenino que dio en llamarse arquitectónico (o “Arriba España”, como había sido apodado finalizada la contienda), se caía de la cabellera de las damas especialmente de alcurnia más elevada, que hasta ese momento lo habían lucido con altivez. Aquel tupé moldeado y firme a base de “solriza” (una escama que se vendía en saquitos para hacer fijador), al que daba escolta en actos solemnes una llamativa peineta, se desvanecía para ceder lugar al desenfadado “garson” que emergía con fuerza, comenzando a lucir con desparpajo en la clientela más joven, y eso sí, teniendo poco a poco presencia también en las tradicionales más serias señoras.

Solo quienes son de aquella generación, y alcanzaban a tener edad adulta en la década de los 60 o sienten aún hoy curiosidad por estudiar aquellas pautas socio culturales de nuestra ciudad, saben de la magnitud del lento impacto. Los orensanos empezábamos a subirnos al tren de la modernidad, dentro de las posibilidades claro; remarcándose la tendencia masculina en los pantalones acampanados, y la femenina en la minifalda. El look del cambio era imparable, surgiendo pronto la “generación ye-ye”, que levantaba un vendaval voluptuoso y alegre ya imparable, al tiempo que se desvanecían los modos clásicos de vestimenta y peinado, arrastrados desde los años cuarenta.

Era evidente que la cabellera de las damas aparcaba el “clásico común” para atusarse con cánones de independencia personal , dándole un toque al “garson” que llegó a hacerse genérico, y que tengo que decir modestamente que nunca supe muy bien como era en realidad, porque todas se acicalaban de distinta manera. En nuestra calle del Paseo (referencia de casi todo lo social y moda), que empezaba a llamarse en los corrillos Costa-Paseo empezaron a “lucir el pelo” como a cada una le daba la gana. Y el susodicho “Arriba España” ya tuvo los días contados.

Entonces corría ya el año 1965, cuando las faldas femeninas se encogieron 20 centímetros por iniciativa y creación de la británica Mary Quant; apareciendo tímidamente por nuestra ciudad, alterando los conceptos morales de quienes lo veían como un escándalo superlativo. No faltaban rígidos detractores del desaguisado, pero a la vez muchos ojos como sartenes no pestañeaban en personas de cualquier edad que se manifestaban admiradores. Aquí hemos de decir que, pareciendo en gran medida una explosiva expresión juvenil inédita, no era exactamente así, ya que por los años 20 hubiera serios intentos de vestir a las señoras más atrevidas, con la falda por encima de la rodilla, influenciadas tal vez por las noticias que sobre el relajo llegaban del comportamiento vestimental de las bailarinas de Folie Verger, del país gabacho. Se quedó en eso, intentos, porque aunque también se atisbaban tiempos de otro encanto, no tuvo la suficiente fuerza como para procurarse modernidad en el general comportamiento estético femenino.

Pero volviendo a la época que nos ocupa en este artículo, diremos que los “muslos al viento” en Orense (según mis viejas notas), tuvieron las primeras afloraciones en la calle, en las Fiestas de Corpus del 66, que fueron exhibidos en plan de paseos mañaneros por las vedettes de aquel teatrillo ambulante de variedades instalado en la Alameda, tutelado por Manolita Chen (a quien dedicaremos renglones en otra ocasión), que no faltaba cada año a nuestras principales festividades. Aquellas chicas del claqué ya guapas, atractivas y todo eso (por lo menos nos parecían), lucían pantorrilla y aumentaban el natural interés de los orensanos, que daban el “me gusta” a la atrevida moda, que desconcertaba a los más puritanos y fervientes religiosos, quienes, nunca mejor dicho, ponían el grito en el cielo por el consentido escándalo. ¡A dónde íbamos a parar! Poco más tarde -muchos lo recordaréis-, a principios del 68, fue Massiel y su trío de coristas quienes las lucían en el festival de Eurovisión interpretando su “La, La, La”.

Resumiendo, que emparejados en el tiempo el “garson” y la minifalda, llegaron en aquella época para quedarse y alterar los cánones personales femeninos, con la impronta de que algo importante cambiaba también en la ciudadanía orensana. Y a partir de entonces, hasta hoy.

Te puede interesar