Opinión

Cómo articular lo diverso

Se le atribuye a Freud la idea de que hay tres profesiones imposibles: educar, curar y gobernar. Todas son tareas cuyo éxito no está completamente en manos de quien las realiza, que necesita ineludiblemente una colaboración. No se puede gobernar por decreto. Aún más, inmersos en el tema, recuerdo a un reformador y humanista alemán –J. Agricola- decir: “Quien pretenda gobernar debe oír y no oír, ver y no ver”.

Parece como que a la política actual, no necesariamente la “nueva política”, por ser una de las tres profesiones imposibles descritas, se le incorpora ahora una colaboración: la de pactos y más pactos. O porque quien ostenta el gobierno no es capaz de sacar adelante sus proyectos, o ya sea la oposición que reivindica pactos para tener su protagonismo. ¿No se han dado cuenta de que, a los clásicos pactos que se vienen reivindicando históricamente por la educación, la sanidad y pensiones, ahora ya oímos, con recurrente insistencia, la solicitud de pactos por doquier?: sí, por el urbanismo, sobre el agua, autónomos, la cultura… Solucionemos, pues, todo mediante pactos, ¡ale! ¡Y ni así! Si no bastara sólo con pactos, son bastantes las ocasiones en las que los gobernantes, en esto aun con mayoría suficiente, se someten a consultas populares y referendums que les llevan a mal traer y hasta acaban con sus vidas políticas en su intención de ser de lo más demócratas. La pregunta es ¿para qué, entonces, la política, con su finalidad de gestionar y dar solución a las necesidades conforme al mandato temporal emanado de las urnas? 

Desde los antiguos romanos, que se creían con derecho a gobernar todo el mundo conocido por ellos, dando pábulo a lo que escuchamos habitualmente: este gobierno está aquí para gobernar o un gobierno sin miedo a gobernar, hemos pasado a solicitar pactos. ¡También hay que decirlo!; entre la opinión de los romanos y la política actual, están las sentencias de G. Le Bon: gobernar es pactar, pactar no es ceder. O más fuerte, la de Antonio Maura: “Yo, para gobernar, no necesito más que luz y taquígrafos”.

Actualmente, algunas voces hablan de la “nueva política”, intentando convencer de lo nefasto que son las mayorías absolutas. Significan que la falta de mayorías obliga a los contendientes a dialogar y llegar a acuerdos. Aunque, a la hora de la verdad, no se traduce en realidad tal teoría; más bien es una música que suena perfecta, pero el disco no sale de la tienda. Que valga el símil para, con un simple vistazo a nuestro alrededor y a otros lares, observar como los necesarios proyectos continúan enquistados, si por ausencia de mayorías, de liderazgos, falta de diálogo, desconfianzas… y, lo preocupante, ¡sin fecha de solución!: presupuestos, PXOM, contenedores, infraestructuras, etc. ¿Y, entonces, los pactos? Pues tampoco, pese a los buenos augurios e intenciones al respecto. Pensarán que aún estamos inmaduros. Al final, sólo las instituciones con mayoría suficiente sacan sus proyectos adelante, que, además, es la mejor manera de gobernar según ideas propias; que, entre ver realizados los proyectos o estar alumbrando pacto, la diferencia es abismal. Y, si no es así, ahí va la pregunta ¿cómo articular lo diverso?, sea aquí o allá. La ciudadanía no puede estar al albur de los intereses de los políticos, y sí ver la política como solución a sus necesidades, aunque Freud anunciara el gobernar como profesión imposible. Muchos no estarán de acuerdo con lo expuesto. Para ellos: “No confundan la política con lo político”.

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