Opinión

Cerrado en Semana Santa

Música sacra en la radio; "Quo Vadis" y "La túnica sagrada", con un impasible Victor Mature, en la pantalla de un televisor que solo conocía dos canales, unas pipas y un banco en largas y tediosas tardes donde todo estaba cerrado y en las que todo lo divertido estaba prohibido, son los recuerdos vagos de la Semana Santa de mi preadolescencia. Divertidos conejos de pascua y huevos pintados que un grupo de ruidosos niños intentaban descubrir en sus escondites, son los recuerdos de una Semana Santa de la infancia. Días de descanso, cuando el trabajo lo permite, y tiempo para unas vacaciones deseadas buscando el buen tiempo, son los recuerdos de la mayoría de edad. Cada año resurgen estas imágenes de entre las sombras de mi memoria dejando al descubierto el rápido paso de los años y los cambios vertiginosos que ha traído consigo. La búsqueda en el calendario de estos días para marcarlos en rojo y planear su contenido ahora han dejado paso a un cansancio que sólo quiere algún día en el que no fichar para descansar. Y ahora que la Semana Santa ha perdido ese halo de época especial o diferente, me cuesta encontrar justificación alguna para la práctica paralización de un país durante casi una semana entera. Comprendo los días santos llenos de tradiciones que mantener, respeto los sentimientos que emocionan y las escapadas en busca de mentes relajadas, pero no puedo entender el cierre de persianas en muchos negocios que son de todos. Los particulares no me competen. En tiempos de listas de espera inmensas; de tiempos judiciales dilatados, de burocracias interminables, de problemas inagotables, de necesidades imperiosas para subsistir, no se puede aplicar la política de puertas cerradas, de horarios reducidos, de personal completo en las Bahamas. La Semana Santa no puede durar siete días, dejando a un país bajo servicios mínimos cuando necesita avanzar a pasos agigantados. Habrá que aprender a combinar, como en un perfecto cóctel, el descanso y la devoción con las máquinas en marcha del país, para no añadir más lastres a los que siempre les toca la larga espera.

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