Opinión

Ahora que truena, Santa Bárbara

He cogido la primera estadística que me topé en Google. Las elecciones generales de 2015 reflejan muy gráficamente una primera anomalía de nuestro sistema electoral, en este caso, que perjudicó de manera patente a Izquierda Unida (909.000 votos, 2 escaños): Votos de Bildu, 184.000, 2 escaños; Podemos, 667.000, 9 escaños; ERC, 592.000, 9 escaños; PNV, 300.000, 6 escaños; En Marea, 394.000, 6 escaños. Cada diputado de IU en la cámara requirió de 454.000 votos mientras que un mismo diputado del PP necesitó de 57.000, o 59.000 en el caso del PSOE.

La Constitución española garantiza la igualdad de todos los ciudadanos y la Ley Electoral lleva el marchamo de sistema proporcional. En la práctica, ambas realidades contradijeron claramente el contexto electoral que ha operado ya catorce veces en nuestra joven democracia. Catorce ocasiones en las que los grandes partidos y las formaciones nacionalistas han sido los principales beneficiados, la corrupción fue fomentada a espuertas a cambio de apoyos para alcanzar mayorías de gobierno y fue cultivado el germen de la escalada separatista que hoy tanto amenaza nuestro orden social.

Ahora que nos encontramos ante las elecciones más trascendentes desde la transición, se alerta que en las provincias llamadas electoralmente pequeñas, es decir, aquellas que debido a su población aportan cuatro o menos diputados (Orense entre ellas), la fragmentación de la derecha puede dar la victoria definitiva a Pedro Sánchez; y que para evitar eso, se aboga por un acuerdo entre PP y Vox para que alcancen, en las citadas provincias, algún acuerdo de no agresión. El PP quiere que Vox renuncie a presentar candidatos y éste le dice que sí, que si eso es beneficioso, que sea el PP quien lo haga. Claro, para el PP, un desistimiento, aunque sea recíproco, sería un síntoma de debilidad, y para Vox una negativa a cualquier planteamiento de esas características, una muestra de poder. Dos gallitos que miran antes sus propios intereses antes que los del conjunto del país. 

Para alcanzar el mismo objetivo, resulta muy rastrero el toque a rebato que hace Casado al electorado de centro derecha para que en esas provincias prime el “voto útil”, y que, aún presentándose Vox, el voto se le otorgue al PP. La cuestión es bien grosera, ya que se acude con desesperación a los ciudadanos para que corrijan una deficiencia del sistema electoral, cuando eso le corresponde a los políticos, y no a los votantes. ¿Ni siquiera, ahora que truena, un “háganlo, y me comprometo a cambiar ley electoral si gobernamos”?

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