Opinión

El muy honorable Pujol

Jordi Pujol, ex presidente de la Generalitat de Cataluña, toma por imbéciles a todos los españoles, fundamentalmente a sus conciudadanos catalanes y, en especial, a aquellos enaltecidos que salen en masa a las calles gritando "España nos roba"; un grito que el propio Pujol y sus compañeros convirtieron en bandera de sus credos nacionalistas y que hoy se vuelve deshilachada contra ellos mismos. ¿Quién roba a quien?

Jordi Pujol nos toma por imbéciles a todos los españoles al entonar una confesión con la que trata, no de expiar sus culpas, sino de poner borrón y cuenta nueva sobre unos muy turbios asuntos de dinero que afectaban a todos los miembros de su familia.

Jordi Pujol nos toma por imbéciles a todos tramando, muy inteligentemente, un mecanismo mediante el cual va a quedar absolutamente exonerado de culpa penal -el mismo, sus hijos y su mujer- saliendo de esta "merdé" con una simple declaración complementaria. Eso, después de haber estafado al fisco, o sea a todos los españoles, durante más de cuarenta. Que su imagen y, consecuentemente, la de la institución que representó, salgan deterioradísimas es, sin duda, lo de menos: la familia es la familia y la pela es la pela.

No obstante, en esta hora de "contrición", no estaría mal recordarle que cuando un periódico se atrevió a mencionar la presunta fortuna de los Pujol en Suiza, fue el mismo, el fundador de Convergencia, el que de forma tronante acusó al medio de atacar a Cataluña, al partido, e incluso al proceso soberanista. Y es que los Pujol han tenido siempre un sentido patrimonial sobre la tierra que dicen defender. Todo lo catalán les es propio y evidentemente nada les es ajeno. Ahora bien, el dinero a buen recaudo y sin compartirlo con sus conciudadanos. El patriarca ya tenía experiencia en ese hábil regate para sortear la Justicia alegando que, atacándole a él se atacaba a Cataluña. Lo tenía bien ensayado desde que lo puso en práctica la primera vez ante las gravísimas acusaciones de la fiscalía por el desvío de quinientos millones de las antiguas pesetas de Banca Catalana. El caso quedó archivado a pesar de que la entidad hubo de ser intervenida por el Banco de España.

Pero quizá lo que deja un regusto más amargo es descubrir que ese dirigente político que se consideró una autoridad moral, que convirtió sus discursos en una acusación permanente contra sus oponentes desde la rectitud de sus principios, que incluso utilizó preceptos católicos y una exhibición de su religiosidad para dar cobertura a su honradez, llevaba casi cincuenta años robándole a toda la sociedad.

La excusa de que sus hijos eran pequeños y no encontró el momento de ponerse a bien con el fisco no cuela. Más bien inclina a pensar que unos chicos educados en un ambiente de tolerancia con la apropiación de lo ajeno hayan seguido con estas prácticas que les ha llevado ante los tribunales.

Qué final más deshonroso para una familia que se creyó que ellos y solo ellos eran Cataluña.

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