Opinión

Rajoy no quiere ser pensionista

En la sesión de control del Congreso, los pensionistas, con sus masivas manifestaciones, volvieron a ser los protagonistas del ritual enfrentamiento entre la portavoz socialista Margarita Robles y Mariano Rajoy. Nada se sacó en claro, como viene siendo habitual y, tras las vagas promesas de una reducción en el IRPF, el Gobierno pretende aburrir a los jubilados para que regresen a sus partidas de petanca y al cuidado de los nietos, que es lo suyo.

Rajoy, en su misma mismidad, confía en que el tiempo y nuevos escándalos aplaquen la furia de la calle y los mayores vuelvan a otorgarle la confianza en las urnas; porque hay que elegir siempre lo menos malo. Bien es verdad que la oposición ayuda. De todas las marchas convocadas en Madrid el pasado fin de semana para defender una subida de las pensiones dignas, Pedro Sánchez se sumó a la convocada por los sindicatos. La que los jubilados rechazaron por no sentirse representados. Y, como medida estrella, ha obligado a todos sus parlamentarios a fijar sus subidas salariales en el 0,25%, con el consiguiente cabreo de los senadores socialistas que se enteraron por la prensa del recorte. Bien es verdad que no es lo mismo una subida del 0,25% sobre un salario de cuatro mil euros que sobre una prestación de seiscientos.

Pero volviendo al PP, que anda de los nervios por los datos de las encuestas, Rajoy dejó que fuera Javier Maroto, para que el partido se apuntara el tanto, quien anunciara las tímidas medidas fiscales con las que pretenden compensar la insultante misiva de Fátima Bañez que los pensionistas han roto con rabia por las calles de Madrid, Bilbao, Barcelona.

Como dijo uno de los organizadores de las marchas, "los jubilados han perdido el miedo y no van a desistir". Son generaciones duras, que han sobrevivido a decenas de crisis económicas, con años y años de cotizaciones a sus espaldas, que han conseguido que sus hijos, esos a los que ahora tienen que ayudar a mantenerse, por la precariedad de sus empleos, pudieran acceder a la universidad. No es fácil que ahora se dejen engañar con caramelos.

Pero el Gobierno solo tiene un objetivo: aprobar los presupuestos que le permitirán acabar la legislatura, aun en la más absoluta minoría en el Congreso.

Los socialistas bastante tienen con la crisis interna que cada semana rompe la apariencia de normalidad que quieren vender. Cuando no son las jornadas de "buen gobierno", es el grupo parlamentario el que demuestra que sus guerras intestinas no han terminado.

Rivera siguen encantado de haberse conocido y Pablo Iglesias cree haber encontrado en Lavapiés el asidero para salir del pozo de su mala imagen. Los viejos militantes de Izquierda Unida no saben qué hacer con Alberto Garzón que les ha subsumido en una apuesta perdedora que les arrastra a una sima a la que nunca habían bajado.

Ante este "lío monumental", que diría Rajoy, él no piensa retirarse. Su partido no tiene un relevo claro (pese a los intentos de María Dolores de Cospedal y Núñez Feijóo por colocarse) y no es descartable, en absoluto, verle encabezar el cartel electoral de la próxima legislatura. ¿Cómo va a querer jubilarse con esas subidas de miseria?

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