Opinión

La agricultura de conservación

Apartir del próximo otoño, la Comisión de la Unión Europea hará pública su propuesta de reforma de la Política Agrícola Común para aplicar, en principio desde 2020, aunque prácticamente se da por hecho que la misma se podría retrasar uno y hasta dos años a la vista de los procesos electorales previstos en varios países miembros, así como a las propias instituciones comunitarias y, con ello, la posibilidad de cambios políticos. Está por ver el contenido de la misma, desde sus disponibilidades financieras hasta los mecanismos para su distribución. Sin embargo, en lo que no existen dudas es que las ayudas PAC, además de su que su pago obligue al ejercicio de la actividad agraria, estará mucho más directamente ligado que en la actualidad, al compromiso de los agricultores y ganaderos al cumplimiento de unas prácticas más intensas relacionadas con el medio ambiente, el cambio climático y, en definitiva, con el desarrollo de una actividad sostenible

En ese nuevo escenario, entre otros muchos componentes, cobra una importancia especial la práctica de la agricultura de conservación basada en el mantenimiento de las cubiertas vegetales, la rotación de cultivos, políticas de diversificación, lucha contra la erosión, reducción de emisiones de gases efecto invernadero por una menor actividad para lograr las producciones y la mayor capacidad para captar carbono en el suelo.

Con sus defensores en aumento especialmente en periodo de sequía y sus detractores básicamente en zonas cerealistas donde muchos agricultores mantienen la necesidad de quemar los rastrojos para luchar contra las plagas o los topillos, le realidad es que la agricultura de conservación ha mantenido en los últimos años un fuerte ritmo de crecimiento hasta situarse actualmente en casi dos millones de hectáreas de las que 1,3 millones serían en cultivos herbáceos y más de 630.000 hectáreas en cultivos leñosos, dese el olivar al viñedo, lo que sitúa a España a la cabeza de los países comunitarios en la aplicación de este tipo de prácticas de laboreo en el sector agrario.

La agricultura de conservación se comenzó a aplicar en España en los primeros años de la década de los sesenta y su desarrollo ha estado muy ligados a la necesidad creciente de disponer de instrumentos para hacer frente a los procesos evidentes de desertización que van ganando terreno en la península desde el norte de África. En el mundo hay más de 120 millones de hectáreas cultivadas por este sistema. 

Por agricultura de conservación se entiende la realización de las siembras de los cultivos anuales, fundamentalmente los herbáceos, sin remover el suelo, sin labrar la tierra, con una siembra directa con máquinas preparadas para introducir la semilla bajo la capa de paja. Se entiende por no laboreo el hecho de que al menos haya un 30% de la superficie cubierta por rastrojo de la cosecha anterior, aunque para hablar de un control fiable sobre los procesos de degradación de los suelos, se considere que esa superficie cubierta debería suponer el 60%. Con este sistema, desde la agricultura de conservación se entiende que con la aplicación de esta práctica todos son efectos positivos para el suelo, el medio ambiente y la reducción de gastos en los agricultores, sin que se resientan los rendimientos productivos.

Con el mantenimiento de la cubierta vegetal se justifica que, de entrada, se logra una mayor protección de los suelos frente a las condiciones climatológicas adversas. Se evita la erosión de los mismos en más de un 90% frente a diferentes fenómenos negativos donde destacan muy especialmente las riadas que suponen cada año la pérdida de una media por hectárea de más de 14 toneladas de tierra que van a parar a cauces de ríos y a cenegar los embalses, además de eliminar las tierras más productivas de las explotaciones. Con el mantenimiento de las cubiertas vegetales, tanto en superficies de cultivos anuales como en los perennes o leñosos, se facilita la permanencia del agua en la tierra, así como una menor evaporación de la misma. En el caso de los cultivos leñosos, este tipo de prácticas contempla la siembra de cualquier cultivo herbáceo entre las hileras de los árboles, lo que, sin perjudicar a las plantas tiene efectos beneficiosos contra la erosión, así como para la retención de agua. Para evitar la erosión es igualmente importante evitar el laboreo en pendiente, algo ya hoy prohibido.
En términos económicos, con el sistema de la agricultura de conservación, se estima que se produce un ahorro importante para el agricultor. Se estima que en mano de obra ese ahorro puede llegar hasta un 50% por la exigencia de mucho menos tiempo para realizar las labores. Ese ahorro, en unos porcentajes similares se repite en el gasto de combustible, además de una reducción de horas de trabajo en la maquinaria y con ello, una mayor duración de la misma.

Desde la perspectiva del medio ambiente, para los defensores de este tipo de prácticas de laboreo, todo son ventajas. La menor utilización de la maquinaria, menos gasóleo, se traduce en una reducción de emisiones de CO2. El sector agrario, agricultura y cabañas ganaderas, especialmente el vacuno, es responsable aproximadamente del 9% de todas las emisiones de los gases efecto invernadero. Según datos oficiales, la actividad agraria supone hoy la emisión de 47,2 millones de toneladas de CO2. Con la implantación total de la agricultura de conservación, en el futuro se podría evitar la emisión de 52,9 millones de toneladas. A ello se debería sumar la capacidad de este tipo de laboreo para fijar carbono en el suelo en un volumen estimado de 45millones de toneladas entre los años 2008 a 2012.

La práctica de la agricultura de conservación contempla además una política de rotación de cultivos para la mejora de los suelos. La permanencia de la masa de rastrojos en el suelos cada campaña supone un paso más en la mejora de la masa orgánica, así como en el desarrollo de una mayor diversidad de la fauna. Contra el crecimiento de las malas hierbas en este tipo de laboreo, desde los defensores de la misma se aboga por el uso de glifosato. El auge de este tipo de laboreo se ha reflejado en los últimos años en un incremento de la oferta y en la mayor perfección de la maquinaria apropiada para ello. Este desarrollo ha supuesto pasar en la última década de menos de 500 a unas 3.000 máquinas sembradoras que dan servicio a muchos más miles de cultivadores.

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