Opinión

9 de marzo

Me gustaría que hoy fuese ayer, qué lástima; me habría encantado publicar esta columna el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Me habría visto en la necesidad gustosa de rendir un humilde tributo a la mujer. Me lo habría pedido el cuerpo y estas manos que teclean ahora esta humilde composición. Habría aplaudido a rabiar a las que salieron a la calle a decir basta, no nos discriminéis más, pero también a las que no pudieron hacerlo porque les fue imposible, y sin embargo estaban en verdad con las que poblaron todo recoveco de aire fresco y alegre y ansias de igualad. 

A ellas iría mi aliento, a las que se manifestaron, no contra los hombres (no pocos se han visto atacados en su hombría y «masculinidad», de pura cobardía), sino contra el machista que aún piensa en su superioridad y se defiende de uñas ante todo cuestionamiento de esa atávica supremacía. Aplaudiría a las que se sublevan, no contra el empresario sino contra el explotador, no contra el marido sino contra el amo que la subyuga, no contra el novio sino contra el controlador de sus amistades y llamadas de teléfono, no contra el compañero de oficina sino contra el machista tiznado de paternalismo. 

Y, pásmense, son mujeres normales, de ésas que cada mañana se levantan y ponen en marcha el día, que es tanto como poner en marcha el mundo; son las que trabajan en casa o fuera de casa, tienen cuerpo y rostro, y también cerebro, piensan por sí mismas, no han salido a la calle coaccionadas  —precisamente gritan contra la coacción diaria—, no son activistas de las FARC ni responden a oscuros intereses de la lucha anticapitalista, no son células antiterroristas, no les tengan miedo, no comen a nadie, de verdad, se lo juro por las que conozco. Algún troglodita las tildó de «mujeres frustradas personal, profesional o sexualmente», ya ven, aún andan sueltos especímenes de tal jaez mezclados entre nosotros, lo que legitima más la lucha feminista. 

Algunos (y también algunas, por desgracia) han visto en estas convocatorias un ánimo de enfrentamiento entre sexos, y es que, o no pueden, o no quieren ver que el enemigo es común para los que creemos en la no discriminación. Donde han visto huelguistas ociosas y subversivas gritonas había en realidad madres, esposas, hijas, nietas y abuelas que ayer se pusieron de acuerdo ayer y pararon, se plantaron y dijeron estamos hasta los ovarios (que es algo así como estar hasta los cojones, ¿lo entienden ahora?), las conocemos, viven en el portal de al lado. Son tan, pero tan peligrosas como lo es un ideario de justicia e igualdad.     

Ayer fue su día, pero no se trata solo de eso, no basta con redondear el 8 de marzo en el almanaque como una fantástica anécdota. Se trata de que hoy, mañana y el año que viene no tengan la necesidad de justificar su valía no obstante su condición de mujer. Se trata de que esa proclama que queda tan bien inserta en un texto fundamental (los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de sexo) sea al fin una cotidianeidad. Y mientras esta aspiración no se haga realidad, mientas ser mujer sea ser un lastre, un estigma, un objeto o una muñeca rota, seguirán esas madres, esposas, hijas, nietas y abuelas, esas trabajadoras de casa y de fuera de ella abogando por una efectiva igualdad entre el hombre y la mujer. Mujeres normales que se echarán de nuevo a la calle porque, al menos un día al año, les sale del alma clamar orgullosas un respeto a su condición de mujer.  

Hoy es 9 de marzo, día (también) de la mujer.

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