Opinión

Ahora exigimos lo que no exigimos antes

El presidente de la Xunta, Núñez Feijoo, afirmó recientemente que ya había empezado a enviar cartas a los ministros del Gobierno central para evaluar y exigir la puesta en marcha de los compromisos inversores de Madrid en Galicia, y que se centran especialmente en financiación autonómica (para que se tenga en cuenta la dispersión de los núcleos rurales gallegos y el envejecimiento de su población) y en infraestructuras (llegada del AVE en el 2019, autovías pendientes de construcción…). Ello tras la reunión mantenida en Moncloa hace escasos días entre Feijoo y Pedro Sánchez en la que, salvando las diferencias ideológicas entre ambos, hubo al parecer un clima cordial. 

Está bien que nuestro mandatario gallego esté al acecho del cumplimiento de tales compromisos; que cada cierto poco tiempo pregunte allá en el Foro “qué hay de lo nuestro y de lo tantas veces prometido y no cumplido”, o “para cuándo un trato justo para Galicia”. Esto es, por otra parte, su deber. Lo que es chocante es que sólo se muestre este celo hacia nuestra tierra y estas exigencias inmediatas a Moncloa cuando cambia el gobierno de la nación y pasan a gobernar los que antes estaban en la oposición. Hasta ese momento todo era tranquilidad y sosiego para los gallegos, Feijoo gobernando en Galicia desde el año 2009 y Rajoy (otro gallego) haciéndolo en Madrid desde el año 2012. Entonces podíamos estar tranquilos puesto que el trato preferencial, qué digo, la munificencia de Madrid para con Galicia (y en particular hacia Ourense, no en vano Feijoo nació aquí) estaba asegurada y nos caían millones de euros a espuertas (¡ay, que parece que no!). 

Por eso, año tras año desde el año 2012, iban aprobándose los Presupuestos Generales o se quedaban sin ejecutar inversiones que ya habían sido acordadas para Galicia, y sin embargo no rechistábamos, no levantábamos la voz como sí lo hacían los ingratos vascos o los golpistas catalanes, que a cambio de un puñado de votos se llevaban las alforjas llenas para sus territorios, todo fuese por la estabilidad y la gobernabilidad. Sin embargo nosotros nos mostrábamos calladitos y sumidos, no se fuera a enfadar Rajoy. Y así Mariano, ante el silencio cómplice de Feijoo, le susurraba a éste por teléfono aquello tan sublime de Neruda que decía “me gusta cuando callas porque estás como ausente”. Y porque callaba y no protestaba le pidió ser su delfín/sucesor, qué menos, pero Alberto se negó, quién sabe por qué  razones. 

Y hete aquí que prometiéndoselas tan felices unos en Madrid y otros en Santiago, vino la sentencia de la Gürtel y vino a trastocarlo todo. Lo que vino después es de sobra conocido: el diablo empezó a gobernar, la bolsa se hundió, los inversores se llevaron su dinero productivo a otros países, la prima de riesgo se disparó, los filoetarras coparon carteras ministeriales, Cataluña se fue de España, el País Vasco está en ello y Galicia, ¡ay, queridiña!, dejó de ser la región favorita de Moncloa y la gran favorecida por las inversiones estatales y los compromisos presupuestarios. Y entonces el ejecutivo gallego alzó la voz y le advirtió al nuevo Gobierno (que apenas lleva mes y medio de gestión) que ojito con lo que haces, y que no aceptará agravio alguno  con respecto a esta tierra.

Que Feijoo plante cara al Gobierno de Madrid y le exija a éste que compense de una vez por todas el déficit inversor que llevamos arrastrando tantos años es razonable y se lo hemos de demandar; que sólo lo haga cuando cambia el color del Gobierno central huele a propaganda, pues es censurable su aquiescencia servil al ninguneo hacia los gallegos durante los anteriores años de gobierno de Rajoy. Porque a veces, cuando uno calla, no solo parece que esté ausente. Es que en verdad lo está.

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