Opinión

Amada Inteligencia Artificial

Hola soy Samantha, peso 40 kilos. Tengo los ojos verdes, una larga cabellera de color castaño, y mis medidas son 90-55-90» Así, leído de corrido, se podría pensar que estamos ante un anuncio cualquiera de oferta de servicios sexuales, inserto en la sección de Contactos de cualquier periódico de los llamados serios. Pónganle un precio cualquiera a continuación de esa frase, y el anuncio estaría listo para publicar. Pero no, nada de eso: esa oración no es sino la descripción de las características de una sex doll (a saber, una muñeca del sexo) que un científico catalán ha diseñado, y que está lista para comercializarse. Alguno podría decir, ¡bah¡ eso ya está inventado, listillo, ahí tenemos a las muñecas hinchables de toda la vida… ¡ingenuos!, Samantha no es una muñeca vulgar, Samantha es sofisticada; Samantha (alguno la llamará Sammy en su oscura intimidad)… ¡tiene inteligencia artificial! Lo que oyen. El caso es que «ella» lleva un chip en la cabeza que le permitirá interactuar con su dueño (o dueña) para mantener una conversación sencilla (el diseño, por ahora, no le permite respuestas complejas, pero todo se andará), y la puedes programar en tres modos: familiar, romántico y la sexual. Según la habilidad que tú tengas, hasta puede que llegue al orgasmo (les juro que no he bebido).

Según su creador, esta criatura viene a satisfacer una de las necesidades básicas del ser humano, que no es otra que la de recibir afecto. Y es que es verdad, queridos lectores: como diría mi colega, la peña está jodida de verdad; el personal anda falto de afecto, de cariño, de muestras de amor. La gente está muy sola; tanto, que no duda en echarse en brazos de alguien que le diga tres palabras bonitas, aunque ese alguien sea solo una muñeca de tamaño real. Es verdad que nadie es perfecto, ya se lo dijo Joe E. Brown a Jack Lemmon en la última escena de la genial “Con faldas y a lo loco” de Billy Wilder. ¿Qué pasa si uno se prenda de Samantha, de sus encantos, de su tacto suave, tan suave, dicen, como la misma piel humana? ¿A qué o a quién haremos daño? A nadie, o sea que, ¡ea!, quien quiera tener en casa a su sex doll, que la tenga. Cosas más raras se verán en este mundo, ya metido de lleno en la cuarta revolución industrial, protagonizada por eso que llaman «inteligencia artificial».

Pero como la utilidad de todo ingenio se comprende mejor poniendo ejemplos concretos, hagámoslo ahora así; pensemos en los tres modos de interacción que nos ofrece Samantha: uno es el familiar. Tú llegas a casa, cansado tras una eterna jornada de trabajo, te ves solo, la sientas a tu lado, la enchufas y al momento, qué sé yo, Sammy te pregunta cómo te ha ido al día. Tú la miras y piensas, ¿y para eso me he gastado 8.000 euros? Le das a la tecla de modo romántico. Te vienes arriba y te sirves una copa de vino tinto. Ella, con voz que intenta ser seductora, te suelta «hoy estás guapísimo, esa camisa nueva te sienta fenomenal». Como no llevas puesta ni nueva ni vieja camisa, te quedas chafado por su falta de atención. « ¡Al carajo! —piensas—, vamos al grano». Le das al modo sexual. Sin preámbulos. Tú estás a lo que estás. Esta noche triunfas, colega. La miras, contemplas sus ojos verdes, su larga cabellera de color castaño, y sus medidas 90-55-90 y piensas «la verdad es que estás buenísima». Te quitas la ropa desaforado, ya imbuido de una gran excitación. Y en ésas, cuando te vas a arrojar sobre ella para colmarla de tu gran pasión, te mira, diríase que altiva, y te dice ¡ay cari!, a ver si hoy te esmeras un poco, que últimamente, cuando tú llegas, yo aún no he empezado a ir. Entonces, maldita sea, tú te retiras cabizbajo (en todos los sentidos) y piensas que la soledad es muy chunga, amigo, y que la falta de amor y de afecto no la suple, por ahora la temible inteligencia artificial. Aunque parece que todo llegará.

Te puede interesar