Opinión

Amigos

La verdad es que siempre está ahí. No importa la distancia que exista entre ambos o el tiempo que haya pasado desde la última vez que coincidisteis. Desde la última vez que hablaste, reíste, lloraste o cantaste con él. O que también, a veces ocurre, discutisteis acaloradamente, pues es tanta la confianza mutua existente que él se cree, con razón, con autoridad moral para sacarte los colores y decirte “oye, te estás equivocando”. ¿No corrige también acaso una madre a su hijo y lo reprende, aun cuando daría la vida por él? También él es esa pertinaz voz que de cuando en cuando martillea tu conciencia. Y fallarle a él es una traición, una deslealtad, es contradecir la grandeza del ser humano. Mas el lazo que os une es tan fuerte que es capaz de aguantar esos desaires; basta un apretón de manos, un abrazo, una mirada, un beso hermano, y entonces nada ha pasado; son demasiados años labrando esa unión como para que ahora un malentendido lo tire todo por la borda. Aunque el perdón se da por supuesto y él nunca te lo va a exigir; a pesar de que no hacen falta palabras, tú quieres decirle a la cara que lo sientes, que se te fue la cabeza, que lo quieres como a la sangre de tu sangre…, y que siempre estarás ahí para lo que haga falta. Y personas hechas y derechas, al escucharse estas recíprocas confesiones, rompen a llorar de emoción.

Ambos saben que en el hombro del otro hay un consuelo, un salvavidas, una tabla a la que asirse cuando todo parece que se hunde. Seguro que discrepan en muchas cosas; puede, qué sé yo, que uno tire hacia la derecha y otro sea un rojeras, que en política discutan acaloradamente, o que uno sea del Madrid y el otro del Barça, que a éste le guste la música española y aquél se duerma escuchando, como él dice, ese muermo; que a uno le vaya el rollo de cantautor y al otro le pierda el rock alternativo en garitos oscuros… Qué más da. Todo ello cede ante el mágico intangible que los une. Hay bibliotecas enteras que hablan profusa y hondamente del amor, de su pasión loca, de su grandeza, pero también de sus desdichas, dramas y miserias. De siempre se ha loado la pasión irrefrenable de mil Romeos y Julietas. Pero ahora hablamos de esa indefinible cosa que se llama amistad. Ahora rindo un modesto, un minúsculo homenaje a ese ser imprescindible que se instaló un día en tu corazón. Al amigo. Al de verdad:

No sé qué harás mañana, no me preocupa tu agenda ni la hora en que te levantas; tampoco estoy al tanto de tus más recientes planes. No sé a ciencia cierta si hablamos hace tres días o hace una semana. Si te digo la verdad, no siento la necesidad de saber de ti a cada instante; no me perteneces ni te pertenezco, no te he de rendir cuentas. Solo sé que por un maravilloso azar, hace mucho tiempo (¿cuándo fue?) tú y yo congeniamos, sentimos una química especial, y sin que sonase extraño, un día nos llamamos el uno al otro “amigos” desconociendo en ese instante todo lo que esa palabra encerraba. A partir de ahí sé que algo en mi vida se trastocó; ese pacto de sangre me seguirá toda la vida, como sigue al caballero, tras el espaldarazo, la fidelidad a su señor. Ser tú mi amigo y yo el tuyo me alegra cuando estoy triste y me da valor cuando flaqueo ante las adversidades. El mero hecho de poder desahogarme contigo a veces me evita tener que hacerlo. Desde la distancia, aunque no lo sepas, me das ánimo. Y sé, sé que no hace falta decirte que te quiero porque va de suyo. Pero ahora lo quiero decir. Digo que te quiero. Y desde esta atalaya te doy las gracias por estar siempre ahí. Aunque tú, querido amigo, no lo sepas. 
A mis amigos.

Te puede interesar