Opinión

Ansiada estabilidad

Supongo que casi todos ustedes se acuerdan de los tiempos en los que Aznar hablaba catalán en la intimidad, según su propia confesión; esos momento en los que, tras una dura jornada como presidente en el Palacio de la Moncloa, llegada la noche y al abrigo de un buen edredón, susurraba a su querida esposa «t'estimo amb tot el meu cor, dolç Anita». Seguro. Que esa confesión la hiciera en 1996, cuando no gozaba de mayoría absoluta, y por tanto necesitaba del acuerdo con los nacionalistas catalanes para poder gobernar, sacar adelante presupuestos, aprobar leyes en el parlamento, etc…, qué quieren que les diga, fue pura casualidad. Claro que en el año 2000, ya con mayoría aplastante en las Cortes, aplicó el famoso rodillo, se olvidó del idioma que de súbito había aprendido, y mudó el «si us plau» (por favor) por el más castizo «porque yo lo valgo», que le iba (y le va) como anillo al dedo. Y es que la pela es la pela, en Cataluña y en el resto de España. Por eso, si para aprobar unas presupuestos o para gobernar con apoyos parlamentarios de fuerzas nacionalistas (a la postre separatistas) hay que poner un caganer en el belén de la Moncloa, o en la copa del mismísimo madroño, pues se pone y no se hable más. Todo sea por la estabilidad.

Yo no sé si Rajoy habla ahora euskera en su estricta intimidad. Es posible, pero el caso es que, lo hable o no, ha regalado al PNV —por si no lo saben, un partido nacionalista, con aspiraciones independentistas, reivindicadas éstas ante el gobierno central mucho antes que Convergencia, ahí está el Plan Ibarretxe del año 2005— una pasta indecente a cambio de lograr su apoyo a los Presupuestos Generales del Estado. Así, Rajoy no solo se obliga a pagar a la Hacienda Vasca 1.400 millones de euros, en concepto de exceso (¿?) de lo recibido por Madrid en función del Concierto Vasco (el régimen fiscal privilegiado que disfrutan Euskadi y Navarra), sino que, además, se le rebajan otros 500 millones de euros anuales durante el próximo quinquenio de lo que la Hacienda Vasca ha de aportar al gobierno central en función del cupo vasco. Supongo que no es de maliciosos pensar que, si el PP tuviese a día de hoy mayoría absoluta en las Cortes para sacar adelante los presupuestos, en ningún caso habría hecho, a costa del erario público, esta concesión insolidaria, con flagrante vulneración del principio de solidaridad interregional. Y a los gallegos se nos pone, si cabe, aún más cara de lelos porque, teniendo como tenemos en la Xunta un gobierno amigo de Moncloa, cumpliendo como cumplimos con la condiciones draconianas impuestas por el valido Montoro en materia de déficit público, resulta que rebajan un 33% la inversión estatal en Galicia, quedando en unos míseros 924 millones de euros (quinientos millones menos de los que se le condonan de una tacada a los vascos). ¡Viva la reivindicación gallega ante el gobierno central! ¡Viva el presidente gallego Rajoy!

De siempre en la política española los vientos han sido cambiantes, y se iban izando o arriando velas según la propia conveniencia. Los que ayer eran separatistas y atentaban contra la unidad y la indisolubilidad de España, hoy son socios (de conveniencia) que coadyuvan a la necesaria estabilidad; y si hay que hacer afrenta al resto de territorios, como al gallego, humillado tras esta concesión graciosa a Euskadi, ya apelaremos, para acallarlo, al sentido de la responsabilidad. Lo curioso del asunto es que hay quien se rasga las vestiduras al escuchar, por ejemplo, que Cataluña puede ser una nación «dentro» de otra nación (nada que no prevea la Constitución), y sin embargo no le hacen ascos a esas concesiones multimillonarias con dinero público a favor de quien aspira, sin ambages, a la autodeterminación, a cambio de unos votos en el Congreso. Bajo la premisa (¿o excusa?), claro es, de la ansiada estabilidad.

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