Opinión

Ataque de pesadillas

Es casi imposible reponerse del cúmulo de fortísimas sensaciones experimentadas en este país en los últimos días; he tenido que echar mano de ansiolíticos y antidepresivos, y aun así, como me cuesta horrores conciliar el sueño porque mis neuronas, ante tanto estímulo externo, han decidido ir cada una a su aire, me hincho a somníferos por las noches para ver si echo, por lo menos, una cabezada. Lo logro a duras penas, pero aun así, entre sueños y pesadillas, se me aparecen fantasmas oníricos de difícil comprensión que se me acercan, y al mismo tiempo se van agrandando, se transforman en seres monstruosos que me hablan a voz en grito, hasta que al final estallan en un coro histriónico de carcajadas ensordecedoras. Al final no sé si estoy despierto o dormido, tengo el cuerpo goteante de sudor frío. Por el rabillo del ojo quisiera ver los objetos familiares de mi habitación y calmarme, pero en lugar de ellas inundan mi retina estampitas distorsionadas, imágenes que me resultan imposible interpretar, y me invade el terror. Veo a una duquesa enarbolando la bandera de la revolución, la veo en pancartas y carteles junto al retrato perenne del Che; la veo erigida por la prensa más rancia y por casposos editoriales en icono de la rebeldía y del amor libre. ¡La duquesa ha muerto! ¡Viva la duquesa, abajo el feudalismo y la monarquía! ¡Ella, que en vida tuvo el valor de casarse tres veces! ¿Divorciada una y otra vez? No, viuda, pero...¡tres veces se casó! ¡Es la nueva Libertad guiando al pueblo! ¡Denle la bandera tricolor! Y veo a riadas de parados y jornaleros guiando el féretro como leales plañideras, llorando la pérdida del ídolo caído.

Pero entre esos sueños veo a otras divas antaño entronadas, convertidas de repente en mártires de un sistema injusto; veo a la tonadillera ingresando en prisión porque en su día el amor loco la cegó. Y también la hizo tonta, claro, aunque nadie la creyó . El amor y el papel cuché, resquicios de una Marbella hortera, al final fundidos en las lágrimas de la flamenca y de su hijo, cuya imagen espantosa y calva también se me aparece en este horrible sueño, y grita que reniega de este maldito país y amenaza con el exilio, como ya lo hicieran otros ilustres en la época de la postguerra. Me imagino al hijito en una buhardilla del bohemio París llorando la reclusión de su madre, mientras plasma en el papel el poema que seguro pasará a la posteridad: “Oh, mamá, mamá, casi nadie te quiere ahora. Oh, mamá, mamá, yo cuidaré la casa de La Cantora”.

Por favor, que alguien me despierte de este mal sueño, que alguien me cure este acceso de narcolepsia. Me siguen azotando los delirios; veo querellas del poder público interpuestas contra simples recogidas de firmas en la calle; un mismo poder que permaneció impasible mientras el presunto delito se cometía ante sus mismísimas narices, in fraganti. Veo en neblina a candidatos a alcaldes y alcaldesas jurando por Snoopy que no tienen cuentas corrientes abiertas en Suiza y que son super/hiper/mega honrados. Veo sus calificaciones de sobresaliente cum laude. Veo diputaciones, sedes de partidos y otras honrosísimas instituciones registradas por la policía y por los jueces, como si estuviesen buscando a terroristas y a fugitivos; y me escandalizo de que ya casi nadie se escandalice.

Por fin parece que me recupero del mal sueño. Aún con la confusión de los primeros instantes tras lo que creo un horrible despertar, leo que el pequeño Nicolás por fin ha hablado, y ha dicho que entre sus encargos estaba (nada más y nada menos) el echar por tierra el movimiento independentista catalán. Quiero pensar que sin licencia para matar.

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