Opinión

Buenas noticias (aunque a algunos les pese)

Aunque unos lo reconozcan solo a regañadientes, aunque otros se empeñen en echar pestes al llegar estas fechas prenavideñas, con su tanto de ajetreos, reuniones de empresa alrededor de una mesa y compras de regalos y viandas para agasajar a parientes y amigos, y aunque es cierto que casi es obligado en estos días prepararse para estar absolutamente encantador, risueño, con la palabra dulce, la sonrisa fácil y el beso tonto, lo cierto es que también parece que los astros se conjugan para regalarnos de vez en cuando noticias que nos alegran la mañana cuando las topamos al saborear el primer café. Es como si, al final, aunque uno no lo quiera, todo se viera contagiado del espíritu de la Navidad. Y si la llegada de estas fechas es la excusa perfecta para que a algunos les entre la sensiblería, pues ¡ea!, bienvenida sea si con ella compensamos o superamos la cantidad de tantas desgracias que nos asolan, no ya solo en nuestro país, sino sobre todo en otras zonas del planeta donde la barbarie parece que gobierna bajo el paraguas de dogmas, fanatismos o interpretaciones torticeras de profecías antiguas.

Por eso noticias como, por ejemplo, la que supimos ayer respecto de la posibilidad de que Cuba y Estados Unidos puedan empezar a normalizar sus relaciones diplomáticas y se termine el embargo impuesto sobre el comercio con la isla allá por el año 1960, debiera alegrarnos a todos. O a casi todos, pues si bien parece lógico pensar que con ello puede al fin caer uno de los últimos vestigios de la guerra fría, ya he escuchado a algún cavernario levantarse de uñas contra tal posibilidad. Son esos seres que se llaman defensores de las libertades y del libre mercado, pero que en el fondo son unos nostálgicos de los duros tiempos del telón de acero, de la tensión entonces existente entre la antigua URSS y los Estados Unidos y de la carrera hacia la supremacía militar en el espacio; añoran la época de la Rumanía de Nicolae Ceaucescu, de la URSS de Brézhnev y los EEUU de Reagan. Son esos personajillos a los que la mera posibilidad de que finalice el embargo comercial a Cuba (y de paso, como puro baile de contrapartidas, pues en eso consiste el juego de la diplomacia internacional, se den pasos para la recuperación de las libertades vulneradas en ese país) le produce sarpullidos, pero no dudan en escarpase, si pueden, a la isla, y alojarse en uno de los complejos hoteleros de sus costas para gozar de la hospitalidad cubana y de los turgentes cuerpos bronceados que pasean por sus playas. Son esos seres a los que les preguntas (porque tú no lo sabes) para qué ha servido el embargo comercial sobre la isla durante cincuenta y cuatro años y te dirán que... no te dirán nada. Son los que defienden que hay que seguir siendo severos con la isla caribeña, pero hay que ser muy amigos de China, defensora a ultranza, ¿no es cierto?, de los derechos humanos, en un ejercicio de pura pragmática amoral (también llamada hipocresía interesada).

Decía antes que parece que nos vienen buenas noticias como prefacio de la Navidad. Entre ellas, y hasta ahora nos ha dado claras señales de ello, la estrella de un líder que está rompiendo esquemas y proponiendo con ejemplos claros la palabra evangélica que predica. Es ese papa Francisco, auténtico valedor del acuerdo entre EEUU y Cuba, sin cuya mediación activa poco o nada se habría conseguido entre ambos. Es ese papa para el que estoy esperando de algunos que lo tachen de chavista, bolivariano, filoetarra o estalinista, pues a otros, por menos, los han tildado de tal.

Pero no nos pongamos refunfuñones; es hora de disfrutar de las buenas noticias, pues son bien escaso y preciado. Y al que le pique, ya se sabe: que se rasque.

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