Opinión

Caralladas

Es bien sabida la gran riqueza semántica de nuestro ben amado  “carallo”. Me refiero al término lingüístico, entiéndanme bien. Y también es claro que solo los gallegos de sangre y los que, aun habiendo nacido más allá de la portilla de La Canda, han echado sus raíces en Galicia, pueden llegar a apreciar las sutiles diferencias (a veces casi imperceptibles) entre uno y otro carallo; una pequeña elevación de voz, un ladeo de cabeza, un aspaviento con las manos, una sonrisa pícara, un gesto de fastidio, sea en uno o en otro contexto, puede matizar el color de esta grandiosa palabra, ensanchando su riqueza cromática casi hasta el infinito para poder expresar, según qué casos, tristeza, alegría, enfado, admiración, reprobación, interpelación, y mucho más. Pero no les voy a cansar más con este tema ni pretendo hacer aquí una oda del carallo; si quieren pasar un buen rato, basta con que busquen en internet los “estudios” sobre los distintos usos de este término, sin parangón en ninguna otra lengua.

Si con carácter previo me he referido a ello, es para hablar ahora del “coño” que soltó el jefe del PSOE Pedro Sánchez desde las tierras anegadas por la crecida y el desbordamiento del Ebro a su paso por la provincia de Zaragoza. “¿Qué coño tiene que pasar en este país para que Rajoy salga de la Moncloa y pise el barro?”, dijo Sánchez ante los periodistas, mostrándose (o queriéndose mostrar) indignado ante tanta... tanta... ¿tanta qué? Comprendo que en su ánimo aún calienten los rescoldos del estilo barriobajero y patético de Rajoy cuando se dirigió a él en el debate sobre el estado de la nación; y comprendo también que ese “coño” quisiera  emular a nuestro querido carallo, aunque nunca llegue a conseguirlo, y con él se pretendiese expresar el mayor de los reproches hacia el presidente de la nación.

Pero creo que la frase fue absolutamente desafortunada, por varias razones: primero por el lugar en que se pronuncia; cuando vi las imágenes por televisión y escuché a Pedro Sánchez, me acordé al instante de aquella otra estampa de un presidente autonómico, impecablemente vestido, sosteniendo entre sus manos una manguera de la que salía un pequeño chorro de agua, con la que intentaba (es un decir) sofocar un  incendio de un monte presa de las llamas, en uno de esos aciagos veranos que tan a menudo hemos de sufrir los gallegos por culpa de los puñeteros pirómanos. Suelo desconfiar de la foto del gobernante al lado de la tragedia, sobre todo cando lo único que se busca es la notoriedad que da la instantánea provocada. Eso sí que me parece puro populismo. Es desafortunada porque, lejos de ensalzar la actitud de quien la pronuncia, lo pone en el punto de mira, pues nos hemos de preguntar en qué han de sentirse consolados los agricultores y ganaderos de la cuenca del Ebro cuando uno y otro año han de soportar el mismo mal, y solo la incompetencia y dejadez de los que ahora gobiernan, y de los que tiempo atrás lo hicieron, provoca la repetición de tamaña desgracia.

Ese “coño” lanzado al viento es filfa y pose. Nada más. Y esa frase también fue desafortunada desde un punto de vista puramente estilístico; si la semana pasada criticábamos el tono avinagrado de Rajoy desde el hemiciclo, cuando se dirigía a su contrincante, hoy también lo hemos de hacer con estas maneras cuasi  macarrillas de Sánchez. Macarrillas y estériles.

En cambio, qué bien habría sonado la cosa de esta guisa: Que carallo ten que pasar neste país para que os gobernantes deixen de dicir o facer caralladas e se poñan dunha vez a traballar polo ben de todos?
¿Verdad que no suena nada mal? Y es que al carallo gallego, aunque quieran, nadie le puede hacer sombra.

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