Opinión

De patrias y ofensas

Conste antes de nada que no me gustó el gesto de Dani Mateo días atrás aparentando sonarse los mocos con una bandera de España. No tanto por un sentimiento patrio que creyese mancillado sino por el hecho de que, sabiendo aquél de antemano que su acto iba a ofender a muchas personas -no lo considero tan estulto como para no prever las innumerables reacciones de repulsa-, es fácil suponer que precisamente buscaba esa ofensa facilona y gratuita; y un humor que necesita de la ofensa para ser tal ni es humor ni es ingenio. Uno de los mayores humoristas de este país fue sin duda alguna Gila, que no necesitó nunca de la afrenta para hacer de aquel oficio un verdadero arte. Claro que si uno fuese, qué se yo, Quevedo sin ir más lejos, gozaría de una bula casi absoluta para propalar los mayores denuestos; sus inigualables sátiras contra todo el que se le pusiese por delante eran famosas en su época, adoradas por el vulgo y vilipendiadas por el destinatario de su burla mordaz, ya fuese éste Góngora, ya el Conde Duque de Olivares, el rey Felipe IV o un finado sospechoso de pederastia coetáneo suyo, a quien tas su muerte le “dedicó” un famoso epitafio: “Aquí yace Misser de la Florida, y dicen que le hizo buen provecho a Satanás su vida. Ningún coño le vio jamás arrecho. De Herodes fue enemigo y de sus gentes, no porque degolló los inocentes; mas porque, siendo niños y tan bellos, los mandó degollar y no jodellos”. Pero Quevedo hay muy pocos o ninguno. Y si alguno hay este no es desde luego Dani Mateo.

 Dicho esto… ¡qué contradictorios somos a veces! Nos volvemos de pronto tan puritanos, nos invade un sentimiento de patriotismo que consideramos herido por un gesto desafortunado hecho en un contexto de humor, cuya repercusión no va más allá de su misma chabacanería, y sin embargo no nos inmutamos, seguimos siendo «muy y muchos españoles» pese a que notables, ilustres y poderosos hagan de su capa un sayo, cometan fechorías, incumplan la ley, desprecien el Estado de Derecho, prevariquen…, en definitiva se choteen en nuestras propias narices y al mismo tiempo se arroguen la excelsa prerrogativa de ser los únicos valedores de esta patria llamada España, rasgándose las vestiduras ante un acto paródico y tosco con la rojigualda; algún ignorante o malicioso para denostar para denostar todo gesto que entiende de ultraje a nuestra bandera, pone como ejemplo de amor a la Patria al pueblo estadounidense; ciertamente el sentimiento de orgullo por la pertenencia a una nación es hondo en Norteamérica, como lo es también que, ya en el año 1989, su Tribunal Supremo había fallado, en una sentencia de enorme relevancia, que la quema de banderas en todo acto de protesta estaba completamente amparada por el derecho a la libertad de expresión consagrado en la Primera Enmienda. Y pese a reiterados intentos posteriores por parte de los conservadores para modificar tal criterio, hasta la fecha sigue prevaleciendo esa libertad. Y sin embargo… ¿podría alguien poner en entredicho el sentimiento de patriotismo generalizado entre la ciudadanía norteamericana?

 Si hay que rasgarse las vestiduras, ¡ea!, hagámoslo, pero por hechos o actos que de verdad atenten a la Patria, entendida como ese espacio común de convivencia y respeto entre gentes que comparten mismas raíces, historia y cultura, y que se han dado una normas para velar por una existencia pacífica y solidaria. Y escandalícense, por ejemplo, ante quien defrauda millones a Hacienda pese a su reputado prestigio profesional, adornado éste también del glamour propio de quien sigue llenando páginas de papel cuché.

Sí, denme mocos en una bandera si a cambio recuperamos miles de millones defraudados que aún relucen en paraísos fiscales.

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