Opinión

Hábitos mañaneros

H ay estadísticas para todos los gustos, filias y fobias; hoy todo se mide y se compara, y así se justifica la existencia de esas empresas encargadas de estudiar toda manía o costumbre, por muy anodina y huera de interés que sea, como por ejemplo – seguro que ya se ha medido – las veces en las que el hombre europeo, de entre 35 y 55 años, se rasca la barriga al levantarse de la cama e ir camino del baño con la vejiga a punto de estallar. Hay un empeño enfermizo por estudiar los hábitos humanos más autómatas y irrelevantes, desglosarlos por sexo, razas y edades, y luego publicarlos para que el gran público sepa, ¡aleluya!, el número de veces que uno pestañea al día. Y cuando nos encontramos con ese tipo de noticias pensamos para qué carajo queremos saber ese dato, pues ni va aumentar nuestro acervo cultural, si es que lo tenemos, ni nos va a volver más interesantes si lo soltamos en mitad de una conversación. A lo sumo nos podrán tachar de extravagantes o excéntricos (frikis). 

Sin embargo reconozco que alguno de esos sesudos análisis sí son capaces de captar la atención de cuando en vez; tal sucede con uno que he leído recientemente y que habla de determinados actos que solemos hacer por la mañana, como ceremonial que nos sirve para ponernos en marcha. Sepan así que los hombres que besan a sus mujeres por la mañana - buenos días, cariño, ¿has dormido bien? Muac -, viven por término medio cinco años más, tienen menos accidentes de tráfico y ganan hasta un 30% más de sueldo que aquellos que no lo hacen. Juro que lo he leído tal cual. Seguramente este dato es desconocido para el público en general; si no sería imposible entender cómo las mujeres no quedan extasiadas y muertas a besos cada mañana por el hombre que sale de su casa cabreado porque su puñetero jefe le ha negado el aumento que lleva años pidiendo, maldita sea su estampa. Y, ¡claro!, con más pasta en el bolsillo uno se puede permitir una mejor alimentación, pagarse un gimnasio y llevar una vida con menos sobresaltos, lo que redunda en la mayor longevidad del besucón. Es verdad que me despista un poco lo de la menor siniestralidad al volante, como no sea porque con el chute de testosterona tras el morreo mañanero el menda piense “para qué coger el coche, colega, si estoy hecho un chaval, hoy voy andando a la oficina, que no se diga que no me cuido”. 

¡Pero nuestro gozo en un pozo! Leo también que la mayoría de la gente no sonríe antes de las 11:16 de la mañana, y que el madrugón la predispone al malhumor. O sea que si nos levantamos a eso de las ocho de la mañana (los que viven en grandes urbes se pegan una paliza superior) nos pasamos tres horas y cuarto de morros y cabreados, y que ni dios nos dirija la palabra. Ambas noticias, lejos de ser antitéticas, se complementan con cierta lógica: el tío se levanta de la cama con pinta indecente, su ronquido de ultratumba aún resuena en los tímpanos de la parienta, que está de uñas porque no ha pegado ojo; aquél deja el baño hecho un cisco porque las legañas no le dejan atinar, y se sienta en la cocina esperando a que la doña le sirva el café; tras un par de sorbos se levanta y le planta el beso de marras a la mujer, que responde al estímulo como quien oye llover; y justo antes de cerrar la puerta escucha de aquella, sibilina, eso de “vete andando, que cada día que pasa tienes la barriga y el culo más gordos”. Y lo que podía haber sido el comienzo de un día feliz se vuelve cabreo matutino, acrecentado porque el jefe, seguro, le va a negar la extra este año, y malditas las ganas que tengo yo de ir sonriendo por la calle. 

Pero sepan, en todo caso, que esto es inútil estadística; por eso no se dejen amilanar y sigan besándose y poniendo al mal tiempo buena cara. Lo contrario no arregla nada. Salud.

Te puede interesar