Opinión

Ideales de unos y otros

Un amigo me cuenta que anda estos días atribulado por esto de las elecciones de pasado mañana; me dice que está hecho un lío, y que se mueve entre el desencanto por la prostitución de la política y, como contrapeso, un hondo (y encantadoramente ingenuo) sentido de la responsabilidad que, conociéndolo como lo conozco, no le cabe en el pecho. Unos días se levanta con ganas de mandar al carajo a todo menda, y otros le puede la vena sensiblera y se llena de comprensión hacia los demás. Me comenta que estuvo especialmente atento esta campaña a las propuestas de los partidos políticos de honda raigambre, de esos otros de nuevo cuño, y también de esas mareas que se presentan como la catarsis necesaria para regenerar el modo de entender la vida pública. ¡Ah!, me dice que ya se llevó algún que otro chasco al comprobar que alguna de esas corrientes ni siquiera fueron capaces de poner rumbo a buen puerto, pues dio la impresión de que había demasiado capitán para tan poco navío. Y yo dejo hablar, escucho y tomo nota de lo que dice mi amigo.

Me habla de la humildad y de la soberbia; “quizás no sean tan incompatibles estas dos condiciones –me dice -; un alcalde, un concejal, han de ser humildes para tomar conciencia de sus propias limitaciones y así no caer en la pura temeridad; mas una pizca de soberbia los hará más fuertes, confiados en sus propias virtudes, y por eso desconfiarán de los que se les acerquen como encantadores lisonjeros”. ¿Pero es buena la excesiva soberbia?, le pregunto. No, claro que no –responde al instante-, el que peca de petulancia muchas veces esconde complejos de inferioridad; se comporta de modo paranoide, ve enemigos donde solo hay contrincantes, y al final sucumbe a sus delirios de grandeza, erigiéndose en único poseedor de la verdad. Son esos que se jactan de que, o yo o el abismo. “Pues casi prefiero el abismo”, me atrevo a aventurar sin demasiada convicción. Mi amigo esboza una sonrisa y con gesto teatral alza la voz y declama: “Líbreme Dios de los salvapatrias”. Y yo asiento sin rechistar.

Me cuenta que los de siempre se han esforzado de verdad, pues la batalla se libra en muchos frentes; un gesto mohíno en una foto robada, un comentario en twitter poco reposado, un desliz en el atril fruto de la pasión incontenida, y allá van por el retrete centenares, miles de votos. Hoy se lidia la contienda con las formas, pues el fondo de unos y otros no es tan dispar, concluye mi amigo con claro gesto de decepción. ¿Hablas de las ideologías? -le pregunto-; es cierto, parece que a más de uno incomoda decantarse por unas u otras convicciones; incluso los nuevos escapan de esas, según su parecer, desfasadas etiquetas a modo de corsé. ¿De verdad se han diluido esas fronteras tanto, como nos quieren hacer ver? Mi amigo no contesta al instante; con ceño fruncido hasta pareciera sentirse incómodo ante esa pregunta difícil. Pero al final contesta: depende, amigo mío, depende; unos, cuando gobiernan, no tienen reparos en traicionar los ideales que decían defender, y cuando por tal traición los envían a la oposición, los enarbolan como estandartes sagrados a los que, de nuevo, juran fidelidad; otros en cambio se sienten incómodos en el otro lado de la balanza, y se dicen de centro, jugando con la ambigüedad, para raspar desencantos de una y otra orilla. Y solo cuando acceden al poder nos enseñan su verdadero rostro. Y si alguien los tachara de traidores...¿qué bagatela es la ideología al lado de la urgente responsabilidad?

Por tanto sí que hay diferencia - le digo a mi amigo -, entre unos y otros. Claro –responde-, siempre que ellos sean fieles a los ideales que dicen representar. Solo entonces no nos sentiremos defraudados, vaya a donde vaya nuestro voto. ¿Ya lo tienes claro?

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