Opinión

Kit de la DGT

¡María, apura, que ya salimos tarde! ¡Niños, montad ya! —brama el marido mientras abre la puerta del maletero del coche, a punto de salir de viaje con la familia para pasar unos días de Navidad en casa de sus suegros en Burgos. Cuatro horas y media de viaje, si todo va bien—; siempre igual, todos los años la misma historia. ¡Pero si solo nos vamos un fin de semana, por el amor de Dios! Y esto… ¿esto qué carajo es?”, dice extrañado, sacando del maletero unas cintas enrolladas que en su vida había visto. “Unas eslingas. Por si acaso”, contesta la mujer, fingiendo ser de lo más natural tenerlas, mientras apoya en el suelo bolsas repletas de objetos indescriptibles. Y como el marido se le quedara mirando con cara de no entender nada, ella repitió: “Eslingas, por si tenemos que remolcar el coche”… “¿Remolcar el coche?—dice él— ¿De dónde? ¿Adónde? ¿Y esa pala? ¿Qué narices haces metiendo esa pala en el maletero?” Pero la mujer va como un tiro, y trata de encajar entre varias maletas una pala tipo sepulturero que le costó una pasta en la ferretería de la esquina. Del mejor acero, le había asegurado el dependiente antes de tangarle cien euros. Como para no llevarla ahora en el coche, piensa. “¿Me quieres explicar a qué viene esto?”, pregunta él. “Tú es que estás en Babia, como siempre —le espeta María, displicente—; menos mal que yo soy previsora. Son las recomendaciones de la degeté por si salimos de viaje. Puede que nieve, y si tenemos que remolcar el coche antes hay que quitar a paladas la nieve de debajo de las ruedas…”

A él le pasmaba la naturalidad con que ella se había aprendido la lección. Estaba a punto de soltarle un improperio cuando ve que María coge unos walkies talkies, y poniéndole uno a él en la oreja empieza a gritar por el otro “¡Probando, probando! ¿Me escuchas bien, Manolo?” “¡Claro que te escucho, maldita sea, estoy a tu lado! Pero ¿qué paranoia te ha entrado ahora?” “Ay, hombres…, tú imagínate, ¿eh?, que en mitad de la nevada tienes que alejarte del coche mientras yo me quedo dentro con los niños. Pues te llamo por el walkie y ya me quedo más tranquila”… “¿Y para qué me iba a alejar yo del coche? —explota él— ¿Para cazar osos en el ártico? ¿Es que tus padres se han mudado al ártico y yo no me he enterado?” “Eres un desagradable, siempre te pones de mala leche cuando vamos a verlos. Pues mira, la próxima vez cojo un tren yo sola y me evito las preocupaciones sobre si nos pilla de repente la nevada por el camino”. 

Para que la discusión no fuera a más, a ver, estamos en Navidad, él cede y le dice que vale, que tiene razón, que guarde los wallkies en la guantera y no se hable más, se estaba haciendo tarde y convenía salir cuanto antes. Pero estaba a punto de cerrar el portón cuando se percata de que su mujer introduce a hurtadillas en el maletero un bolsón del que sobresalen unos trajes de agua. “¡Bueno, hasta aquí ha llegado la coña! ¿Unos neoprenos? ¿Para Burgos? ¿Ahora resulta que hay mar en Burgos? ¿O nos los ponemos tú y yo en la cena de nochebuena, así, los dos en plan morcilla del lugar?” “Oye Manolo, la degeté recomendaba llevar trajes de agua por si…” “¡A tomar por saco la degeté y sus consejos, hombre! Y ya de paso me compro un remolque para llevar todos estos trastos ¿no, María? ¡La virgen, qué navidades!”.  

Éstas que les he narrado serían, a groso modo, algunas de las «utilidades» y «ventajas» que les podría reportar llevar en el coche el kit de supervivencia que la Dirección General de Tráfico recomendó al salir de viaje, como remedio para evitar quedarse atrapado en una autopista en mitad de una nevada. Y conste que no quise hacer que Manolo se comiese las barritas energéticas incluidas en el kit de la DGT, pues ya bastante electrizado estaba el ambiente. Precaución, en todo caso, ya saben, al volante. 

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