Opinión

La luz y demás sinvergüenzas

Hay ocasiones en que uno no sabe de qué escribir; buscas y rebuscas, pero no aparece nada. Al menos nada que merezca la pena narrar. Es entonces cuando nace la angustia de quien ha de entregar el examen en cinco minutos y tiene la hoja en blanco; al final, es cierto, el artículo sale y llega a tiempo a la edición, pero el peligro siempre acecha, sea hoy o la semana que viene. Otras veces, sin embargo, las noticias se agolpan y es difícil, de tan jugosas que parecen a simple vista, elegir una sola. Las que no producen vergüenza pueden provocar llanto, ternura o indignación. Depende del palo que toquen. Algo parecido me pasó ahora: ya había decidido glosarles los «méritos» del ayudante de jardinería Arsenio Fernández De Mesa —un tipo absolutamente inútil, como demostró durante la crisis del Prestige— para ser nombrado consejero de la empresa Red Eléctrica Española y llevarse a la gorxa 175.000 euros por asistir a una reunión mensual; pero en esto que leo la brillante columna en este diario de Xabier R. Blanco, y ya queda todo dicho. Léanla y apreciarán la catadura de ese tal De Mesa, cuyo único mérito es ser íntimo amigo de Rajoy, del que ansía, seguro, ser su valido a la manera de Godoy, y por eso se hizo retratar hace poco de tal guisa. 

Hablaré, pues, de otra cosa, pero me resisto a abandonar el asunto de la electricidad. ¡Qué negocio éste! Para las eléctricas, se entiende; nosotros les ponemos los ríos y cuencas donde ellas levantan sus muros y turbinas, y luego nos lo agradecen estafándonos en la factura de electricidad. Cada vez que pujan al alza en su subasta farisaica cientos de miles de nuestros paisanos tiritan de frío porque no pueden darle al interruptor. Pero esto a ellos les da igual. El negocio no entiende de catarros ni de mocos de ancianos. Vienen a Galicia en busca de nuestros ríos, y los encuentran fácilmente; el negocio es tan lucrativo que ya no hay regatos libres de presas que anegaron caminos, labradíos y aldeas de antaño. Pomposamente dijo Feijoo hace unos días ante los magnates de Iberdrola que Galicia es una «potencia energética» europea, y «la segunda comunidad autónoma con más potencia hidráulica instalada, el 18% de toda la capacidad de España.

Rica en agua, viento y lluvia». Se le olvidó decir que somos pobres en salarios y en pensiones, que esa riqueza no la cheiramos, que se la llevan otros, los mangantes de las eléctricas; no dijo que somos potencia exportadora de electricidad y sin embargo muchos gallegos no pueden calentarse porque tienen que elegir entre comer o encender el radiador, y optan por tragar el modesto potaje aunque la mano tiemble de frío al llevar la cuchara a la boca. Pero esas estampas de pobreza no aparecen reflejadas en las cuentas de resultados de las empresas eléctricas ni se discuten en las reuniones de sus consejos de administración, en cuyos sillones a veces se sientan tipos como Fernández De Mesa que no tienen ni pajolera idea del asunto, pero duermen con el culo bien caliente y se forran por decir doce veces al año amén. ¿Cómo puede el presidente presumir de que somos una potencia energética cuando miles de gallegos han renunciado a calentarse en invierno porque no se lo pueden permitir?

El abuelo, con la boina calada y el cigarro tembloroso entre los labios, calienta como puede sus manos en el fuego de la lareira; en su regazo tapa con una manta raída al nieto que tiembla de frío; mira de reojo por el ventanuco hacia la torreta eléctrica cuya imponente figura se perfila como un monstruo en mitad de la noche helada, y marmulla de modo ininteligible. Pero el nieto se da cuenta y acerca su cara a la mejilla de su abuelo para darle un beso. Y así, por unos instantes, el nieto y el viejo se dieron recíprocamente calor, y se quedaron dormidos acurrucados el uno en el otro. 
 

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