Opinión

No importa la verdad, importa demostrarla

Un hombre apuñala a otro en un callejón oscuro. Llueve, es de noche, y un farolillo en la esquina forma imperfectas sombras movedizas entre tinieblas. Desde un portal a diez metros de distancia otro hombre contempla la escena: una discusión en voz alta, un empujón, otro, y al instante una mano que ase un filo reluciente se pierde dentro de un cuerpo que cae al suelo. Aterrado, se mete dentro por tenor a ser descubierto por el agresor. Éste se pierde al fin en la negrura del callejón. Por fortuna, tras semanas debatiéndose en la UCI entre la vida y la muerte, la víctima se recupera. El suceso se publica en primera plana; el testigo, lleno de remordimiento, acude a la policía a declarar lo que ha visto. Es un deber cívico, piensa cabalmente. «Era alto y fuerte. Vestía ropa oscura y llevaba una gorra deportiva». «¿Le vio la cara?», le preguntan. «Sí, bueno, así…,de perfil. Estaba muy oscuro, pero si lo viera otra vez seguramente lo reconocería». 

A los cuatro meses la policía detiene al sospechoso, un habitual de las comisarías; la víctima lo había acusado; al ser detenido no ofrece resistencia ni intenta escapar. Parece que lo estuviera esperando, maldita mala suerte. Niega los hechos, pero su historial es extenso: robos con fuerza y agresiones le llevaron tiempo atrás a pasar en chirona seis años. Llega el día del juicio, y las pruebas en las que se sustenta la acusación son las declaraciones incriminatorias del testigo y de la propia víctima. Paradójicamente ambos se muestran nerviosos durante la sesión. El acusado en cambio muestra una serenidad y frialdad asombrosas. «Le juro, señoría, que yo no lo hice. Me acusa porque me debe dinero. Soy inocente. ¡Si ni siquiera estuve nunca en ese sitio!». Sin titubeos ni frotar de manos. Es lo que tiene haber pasado ya por esos trances. El denunciante sostiene su relato: «Sí, fue él; me atacó, discutimos porque yo le debía dinero, y como no llevaba pasta encima de repente me clavó el cuchillo. Lo juro». «Trapicheaban ustedes a menudo, ¿verdad? Había muchas discusiones entre ustedes sobre dinero y drogas, ¿no es cierto?». El declarante titubea; es cierto lo que dice el abogado, pues siempre andaban en líos. «Sí, pero eso no tiene nada que ver…», señala sin demasiada convicción. Primer tanto para el abogado de la defensa. Solo queda rematar la faena. Comparece el testigo en la Sala. A preguntas del fiscal mantiene la versión que dio ante la policía. Le toca responder ahora a preguntas dela defensa, y de repente nada parece tan claro: «Sí, era de noche y llovía, pero yo lo vi…, estoy casi seguro…» «¿Casi seguro? —el abogado defensor encuentra al fin la veta— ¿Podría usted asegurar ahora, bajo juramento, que la figura que vio en el callejón, de noche, lloviendo a cántaros, a diez metros de distancia y durante escasos segundos, según usted ha reconocido, se corresponde con la del hombre que se sienta ahora en el banquillo?, ¿Lo puede asegurar sin ningún género de duda?». El hombre guarda silencio durante unos instantes y al final responde: «No, no al cien por cien». Al presidente del Tribunal, cuyo rostro hasta ese momento no había dejado traslucir emoción alguna, se le escapa un ligerísimo rictus de fastidio que pasa inadvertido para casi todos. No para el abogado defensor, que en su fuero interno se sabe ganador. Había creado la duda razonable. Su cliente sería absuelto. No importa que a él le hubiese confesado la autoría ni que la lógica de los hechos condujera a ello; no importa que el juez llegase a creer que era culpable. Esa fisura en el testimonio hacía aguas la estrategia de la acusación. 

Ténganlo presente para futuras sentencias mediáticas: no importa tanto la verdad como el hecho de poder demostrarla. Y más en el ámbito del derecho penal, por muy cabrón y malnacido que sea el que se sienta en el banquillo de los acusados.

Te puede interesar