Opinión

Yo no quería

No sé qué decirte para que me creas; no entiendo cómo ha podido suceder esto, no me lo explico. ¡Con lo que yo te quise siempre! Desde que éramos novios cuidé de ti, te protegí de las malas influencias. ¿Recuerdas a aquellas amigas tuyas que nos querían separar? ¡Zorras! ¿Y ya te olvidaste del cabrón de tu padre, que me miraba con malos ojos? ¡Oh, perdona!, no quería decir eso..., aunque la verdad es que yo nunca le caí muy bien. Pero al final, ¿verdad cariño?, nos salimos con la nuestra. Solos tú y yo, sin que nadie más se entrometiese en nuestras vidas. ¡Ah, qué felices éramos!”

La mujer lo mira espantada desde el suelo, envuelta en un charco de sangre, con la cara desdibujada; apenas puede ladear la cabeza para no perder la mirada del hombre. Para que éste aprecie en sus ojos el verdadero horror. Un susurro parece exhalar de su boca entreabierta, un hilo de vida que se ahoga en su propia saliva teñida de rojo. El hombre, viéndola tirada en el selo, esboza un rictus de fastidio, como si aquel cuerpo rendido fuese el cruel trofeo que el soberbio, creyéndose superior, desprecia con desdén.

“¡Calla, calla ahora y escucha! No es que no te quiera, no es eso, pero cuando pasa lo de ahora parece que me quieres provocar. Y entonces pierdo los papeles. ¡Tienes la puta manía de sacarme de mis casillas! Sí, ya lo hacías al poco tiempo de casarnos: que si sales mucho por la noche..., que de dónde vienes tan tarde..., que si no llegamos a fin de mes... yo no puedo sola con la casa..., los niños necesitan a su padre... ¡Qué puto agobio de mujer! ¿Y para eso me casé contigo? ¿Para que me dieses la murga todo el puñetero día con tus sandeces? ¡Déjame respirar, joder! ¿Qué coño te crees? ¿Una princesa? ¡La casa es tu puto problema! Si no fuera por mí, ¿te enteras?, aún estarías muerta de asco encerrada en casa de tus padres, esperando que un tío te sacase de allí. ¡Joder, es que no paras de quejarte por nada!”.

La mujer se retuerce de dolor en el suelo y siente en su lado izquierdo las costillas clavadas como puñales en la carne lacerada; observa los labios del hombre, sabe que le está hablando; pero ella ahora no lo escucha, y concentra todos su esfuerzos en conseguir que su rostro no refleje atisbo alguno de miedo. Lo ha comprendido perfectamente: solo será vencida por la bestia si ella se va con la imagen dibujada del pánico y la derrota. No, maldito, no te voy a dar ese placer, piensa. E insiste en decirle algo, pero solo consigue expulsar un leve balbuceo, perdido de nuevo entre el aire turbio y cargado de la cocina.

“¿Qué? ¿Qué coño dices? ¿Ves como me provocas? ¡Si es que te lo tienes bien ganado! Al final tienes que estropearlo todo, zorra de mierda! No me mires así, ¿me oyes? ¿Es que no has tenido suficiente? En lugar de estar agradecida por haberte pedido perdón, te quedas ahí parada, mirándome con esa cara... ¿Sabes qué? Te tienes bien merecidas todas las hostias que te he dado; parece que las mujeres solo aprendéis a base de palizas. No os basta con tener un hombre que os cuide a vuestro lado, siempre queréis más. ¡Putas feministas! ¡Déjame de mirarme así, joder! ¡Déjame de mirarme así o te mato!”.

Apenas sintió la tremenda patada que él le propinó en todo el rostro. Su cuerpo, valiente como ella, ya se había escudado contra todo mal. Su cuerpo, valiente, pero a la vez cansado, ya había decidido irse de allí. Pero guardó para el final un rescoldo de fuerza, de aliento orgullosos para que él escuchase lo que antes se había perdido entre sollozos. Mirándolo a los ojos le dijo: “Por fin me he librado de ti”. Y entones cerró los ojos, y su mente se fue muy lejos a abrazar a sus hijos. 

PD.- En homenaje a las mujeres asesinadas a manos de sus maridos.

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