Opinión

El nuevo adefesio judicial

Cuando un responsable político se lanza a alabar una obra pública, sin más experiencia en el uso de esa infraestructura que el estéril del pomposo día de la inauguración, rodeado de micrófonos y fotógrafos, bien arropado por los suyos, que prorrumpirán en aplausos y vivas al término del plúmbeo e intragable discurso porque en ello les va, cómo no, el ansiado cargo de confianza o su inclusión en una lista electoral, corre el riesgo de faltar a la verdad, de caer en el ridículo, o de ambas cosas a la vez. La última prueba de este desatino la tenemos en el nuevo y ya maldito edificio judicial de la ciudad de Ourense, un canto estridente al mal gusto, al derroche de las arcas públicas y al desprecio por quienes, a diario, han de trabajar en él, o acudir allí en demanda de un correcto funcionamiento de la administración de justicia.

Este adefesio, que a simple vista parece una horrenda obra inacabada, es feo, muy feo por fuera; pero aún es más horroroso por dentro. Y si no me creen, dense un garbeo por sus plantas, sus ascensores, sus escaleras interiores, sus salas de vistas y sus oscuros espacios reservados para los funcionarios, y después me cuentan. Eso sí, cuando vayan cuídense muy mucho de ser arrasados o bloqueados por las puertas giratorias de entrada, pues semejan concebidas para corredores de obstáculos más que para parsimoniosas gentes de mediana o avanzada edad, y no digamos para discapacitados, que ya más de un percance han sufrido éstos en estas trampas de entrada y salida.

Dijo el presidente gallego al inaugurar este edificio que era la prueba de que cuando la Xunta de Galicia y la administración local trabajaban conjuntamente, ganaban las ciudades y los ciudadanos, y además se ponía solución a los problemas de espacio del Pazo de Xustiza de Ourense.

Y el respetable rompió a aplaudir. Pero ahora todos se preguntan qué ha ganado esta ciudad, salvo una mole feísima avistada a lo lejos desde la entrada a Ourense por el Puente del Milenio, recubierta de una malla espantosa que le da un eterno aire de provisionalidad. Y ahora muchos, muchísimos nos preguntamos en qué carajo pensaban los que idearon, levantaron o dieron el visto bueno a esta construcción, pues alguien debe explicarnos cómo es posible que en un edificio que disfruta de luz natural por sus cuatro costados, carezca por dentro de esa ventaja, y sus moradores tengan que trabajar con luz artificial de principio a fin de su jornada de trabajo.

¡Qué despropósito!; cómo se explica que sea imposible abrir las ventanas de ese edificio, pues algún cerebro debió concluir que eso estaba superado, y que la sana e higiénica costumbre de la ventilación natural ya no se estila; a qué geniecillo no se le ocurrió que si dos personas de envergadura media chocan sus hombros cuando se cruzan por las escaleras, mal presagio es ello si algún día hay que evacuar las plantas a toda prisa; quién fue el zoquete que decidió recubrir con una malla horrenda el edificio, privando de luces y vistas a público y funcionarios, olvidados éstos de la mano de dios desde el germen a la conclusión de este infame proyecto; a qué idiota recalcitrante se le ocurrió ubicar unos aseos públicos pegados a la entrada a las estancias de los funcionarios, ahondando así en la falta de un cómodo paso de acceso y en la carencia de luz en sus puestos de trabajo; qué insensible ideó mostradores para gente de alta y mediana estatura, y los bajos...,¡los bajos que se jodan!, ya estirarán el cuello, los brazos, el cuerpo entero para escuchar o ser oídos. Y así podríamos seguir...

Mala cosa es si recién finalizada la mudanza al nuevo edificio, ya añoramos el antiguo Pazo de Xustiza; conformémonos con soltar a los responsables del adefesio la maldición gitana: “tengas pleitos y los ganes”.

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