Opinión

Otro año

Quizás el último artículo del año debiera ser festivo y sin demasiada carga emocional; cierto es que para algunos estas fechas suelen ser motivo de reencuentros y sorpresas, mas para otros supone una etapa por la que desearían pasar de puntillas y rápidamente, pues ya están las almas transidas de tanta melancolía y pena por ciertas ausencias, o de desazón por compañías indeseadas. Cada uno lo lleva en esta época como buenamente puede; cada quien es libre de amar u odiar la Navidad, de sucumbir a la nostalgia o de elevar los ánimos al tiempo en que se alzan la copas y se liban licores. Solo hay una cosa cierta: aunque nos queramos abstraer por completo, aunque nos neguemos a alterar un ápice nuestros usos y horarios en estos días, nunca se conseguirá por completo. Siempre habrá algo o alguien que nos recordará que otra vez, trescientos sesenta y cinco días después, un año se va y otro viene, se dibuja otra muesca en la cacha y, ¡ay!, también en la frente, y otro saco de propósitos frustrados se vacía para dejar su hueco a más anhelos que perseguir. 

El que ahora les habla también algo intentó: cuarenta y seis veces durante el año que termina me he metido en su casa para decirle, susurrarle, gritarle, llorarle o cantarle mi historia, la suya o la universal, qué más da si real o algo adornada, vivida o soñada, siempre yo lo hacía con el mejor de los deseos, que no era otro que lograr durante tres minutos escasos captar su atención, y al acabar de leer las líneas de esta columna que usted dijese para sus adentros «a mí me pasó lo mismo», «sé de lo que hablas» o «creo que te equivocas». 

No busca el columnista la aquiescencia tanto como remover el corazón o mover a la reflexión. Cualquier cosa salvo la indiferencia. Todo salvo dejar a mitad de lectura las líneas que llevan cargada, créanlo o no, una buena dosis de desnudo, de forzosa falta de vergüenza y de superación del pudor. Así que, si nadie tiene a bien mandar otra cosa, en el 2018 seguiremos viéndonos y continuaré reclamando una vez a la semana su atención, admitiendo, claro, críticas, de las que se aprende mucho más que de los halagos, siendo en todo caso consciente de que en el fondo sigo siendo un privilegiado por poder hacerles llegar mi palabra, aunque solo sea para que usted me niegue razón. Y así seguir errante un año más este camino.

 Les deseo lo mejor hoy y siempre. A pesar de todo, aun a costa de las tremendas dificultades que la vida nos depara día a día, sigue mereciendo la pena ponerse en pie y tratar de ser feliz. Pero para ello no busquen martirios ni heroicidades, dejen el cilicio para antiguos penitentes y cartujos. No malgasten su tiempo y esfuerzo en quien no le aprecia ni le devuelve calor. Aparten de su vida a ese ser dañino, a quien le amarga el ánimo y siempre tiene algo malo que decir. Tengan el valor de hacerlo. No merece un segundo de su tiempo. Quiéranse a sí mismos un poco más, lo justo para armarse del coraje necesario para hacer lo que nunca pensó que se atrevería a hacer. Y una vez hecho díganse bien alto ¡por fin lo he hecho! Y sigan, síganle sacando a esta vida sus buenos momentos, aunque haya que apartar a empellones al mohíno, al rencoroso, al cruel, al envidioso…, a la mala persona. Me decía el otro día un amigo mío, con cierta exageración pero de modo ilustrativo, que el mundo se divide en esencia en tres grupos: las buenas personas, los locos de atar y los auténticos hijos de la gran P. A los locos se les trata y contiene, y escasas veces, pobres, son conscientes  de sus actos; y entre las otras dos clases ya saben con quiénes se han de quedar. 

Nos vemos en 2018. La próxima vez que les hable estaré al mismo tiempo susurrando al oído de Melchor mis deseos más íntimos. Es bueno pensar que la magia, aunque escasa, aún perdura. Besos.

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