Opinión

Patético debate

Ojalá no existiesen estos malditos y patéticos debates sobre el estado de la nación. Por muchas razones. Primero, porque así uno no tendría que fingir en las tertulias de café y corrillos de oficina que se ha tragado el debate de cabo a rabo, sin poder siquiera darse un pequeño respiro, aunque solo fuese para echar una partidilla al Candy Crush en la tableta. No, señores, uno si se pone a escuchar a los patricios oradores en el hemiciclo, se ve incapaz de atender a otra tarea. Y es que reconozco que, a estas alturas de la vida, son mayores las limitaciones para hacer dos o más cosas a la vez. Es lo que ha de soportar uno mismo por el mero hecho de ser hombre en lugar de ser, qué sé yo, presidenta en funciones de las Cortes Generales. También sería deseable que se suprimieran estos debates porque, en caso contrario, uno se puede ver en la tesitura de elucubrar que habrá querido decir el presidente de toda una nación cuando llamó “patético” al líder del (por ahora) principal partido de la oposición, conminándole a su vez a que no volviera por allí jamás. Permítanme que me detenga a reflexionar un poco sobre este asunto:
Puede que a Rajoy le hayan conmovido sobremanera las palabras que a él  dirigió Pedro Sánchez; y así, en un arrebato de sinceridad, a nuestro por siempre impertérrito presidente se le haya derramado el lagrimal, y vencido su ánimo por gran dolor, tristeza o melancolía, le haya llamado patético, no como insulto, válgame el cielo, sino como expresión espontánea de piedad. No otra acepción tiene esta palabra en el diccionario de la Real Academia. ¡Ay!, pero cabe también pensar que otros oscuros pensamientos cegaron el caletre recóndito de Rajoy, pues es bien sabido por el pueblo que llamar a alguien patético y decirle también “grotesco” o “ridículo” es reiterativo. Y me inclino ahora a pensar que este fue el verdadero sentido del improperio del presi, pues casa mejor con esto su expreso deseo de no ver más por el congreso a su contrincante. Por tanto, quedémonos con el aire barriobajero antes que con el sentimiento misericordioso, aun a riesgo de que nos tilden de malpensados.

Mas he de seguir dando razones por las que ese mortal debate sobre el estado de la nación no se debiera celebrar jamás: cuando escuché a Rajoy anunciar pomposo que por fin todos los enfermos de hepatitis C iban a recibir el tratamiento adecuado para así poder salvar sus vidas, pensé en lo patético de ese anuncio. Patético, lastimero,  conmovedor, si pensamos en los miles de enfermos y sus familiares que, por carecer de de dinero, se encontraban en el corredor de la muerte, pese a saber a ciencia cierta que en este o aquel dispensario estaba su salvación. Y ahora les dicen que los salvan in extremis de morir ahogados. Y patético, vergonzoso, grotesco y cruel, que esos mismos enfermos y sus familiares, desesperados, hayan tenido que esperar al maldito debate sobre el estado de la nación en un año, ¡oh, casualidad!, de elecciones varias, para escuchar de boca de su presidente que les van a prescribir la medicina adecuada, mordiéndose la lengua para no soltar improperios al escuchar a aquél vender como logro personalísimo lo que no es sino una obligación de pura justicia.
¿Cómo no pensar que este debate, indirectamente, ha supuesto la muerte de muchos enfermos de hepatitis C, pues en él y solo en él se debía anunciar la debida atención farmacológica, para mayor rédito electoral?
Lo verdaderamente patético es tener que escuchar cantos de sirena al son de los aplausos de ministriles. Bien pensado, a lo mejor no fue tan mala idea echar la partidilla al Candy Crush. Al menos nos divertiríamos pensando cuál de las dos conductas es la más patética.

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