Opinión

¿Regeneración?
¿por quién?

Hace escasos días leía un interesante artículo de un brillante columnista en el que advertía de los riesgos de poner en duda el actual sistema democrático, ese que nos facilitó la pacífica transición desde la aciaga dictadura a la actual monarquía parlamentaria; y frente a los que parece que quieren derribar nuestro método de organización política y alzar un nuevo y revolucionario orden, contestaba aquél que lo que falla no fue el sistema, sino las concretas personas que se corrompieron a su amparo trabajando dentro de él, fundamentalmente en los dos grandes partidos (PSOE y PP, con sus EREs, Bárcenas, Gürtel, y lo que aún no se sabe), pero también en las formaciones nacionalistas en los feudos donde eran la ¿casta? dominante. Piensen, por ejemplo, en el caso de la familia Pujol o en el escándalo del Palau de la Música de Barcelona. Y venía también razonando que esos otros líderes que han tomado ahora como bandera la indignación popular, con un discurso fácil que ha calado entre la masa de los cabreados, son jóvenes que nacieron bajo el paraguas de la democracia (el líder de Podemos, Pablo Iglesias, nació en 1978), por tanto sin el bagaje y la autoridad moral que da el haber sufrido en propias carnes la represión franquista. Como si le dijéramos a estos imberbes “de qué me vas a dar lecciones tú a mí, que corrí muchísimas veces delante de los grises que nos perseguían a porrazo limpio”. O algo parecido.

Al hilo de los anteriores argumentos se me ocurren algunas modestas reflexiones: es verdad que la humanidad no es malvada, sino que solo hay algunos hombres malos; y por eso parecería correcto decir que no hay corrupción en el sistema, sino solo algunos individuos que al socaire de aquél se han corrompido, creando la falsa apariencia de que todo está podrido. Lo cual no es cierto, se dice, y no han de pagar justos por pecadores; por eso se ha de expulsar del grupo al traidor, reinará entonces la armonía y los ciudadanos volverán a confiar en la bondad de las reglas políticas, a salvo de peligrosos experimentos. Y sin embargo, ¿ocurre esto en realidad? ¿Se expulsa al corrupto, o se le ampara por sus correligionarios? ¿Están comprometidos los grandes partidos en una verdadera regeneración democrática?¿ ¿Sí? ¿Por eso uno quiere ahora, cuando le ve las orejas al lobo, modificar la ley electoral para preservar unos feudos municipales, aun a costa de cargase esa tontería que se recoge en la Constitución que tanto adoran, y que ellos llaman pluralismo político, al que tanto han apelado para convencer a la gente que se echó a la calle de que encauzasen su descontento a través de formaciones o partidos con los que concurrir a las urnas?¿Esa era la gran mentira? ¿Dónde están, también, las propuestas reales para reformar el TC y evitar que su composición se convierta en un trapicheo de cromos entre los dos grandes? ¿Para cuándo unos órganos supervisores independientes que han de velar por que los corruptos sean expulsados de las instituciones? Pocas veces el ladrón se entrega a la policía; pocas veces el corrupto reconocerá la mordida.

Y sí, la transición cumplió su papel; pero si algo tiene fecha de caducidad es precisamente lo que permite el tránsito de una época a otra. Va de suyo. Por eso, y sin restar un ápice de mérito a los que lucharon entonces por la venida de la democracia sin derramamiento de sangre, es bueno que ahora, instalados en un sistema democrático. haya jóvenes que, no habiendo vivido la cruel represión franquista, quieran ahora cambiar la forma de hacer política de los que adulteran y maltratan el sistema. ¿No se dice que en los jóvenes hemos de depositar la esperanza de un mundo mejor? Otra cosa es que compartamos o no sus ideas. Pero eso es harina de otro costal.

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