Opinión

Sentida confesión

Se dice en una canción que “tener no es signo de malvado, y no tener tampoco es prueba de que acompañe la virtud; pero el que nace bien parado, en procurarse lo que anhela no tiene que invertir salud”. O sea, que al rico, por ser tal, no se le ha de presumir la maldad intrínseca, como tampoco se ha de dar por cierta la bondad del que no tiene que comer, por razón precisamente de esa necesidad; pero sí se ha de concluir que quien tiene sobrados medios económicos desde la cuna no ha de deslomarse toda su vida, como sí debe hacerlo quien viene al mundo rodeado de penurias. Creo que está claro lo que el autor quiere decir: deben rechazarse los prejuicios, y ni todo rico es canalla ni todo pobre es un dechado de virtudes; son los actos del ser humano los que lo ensalzan o denigran. Dicho esto, me permito trasladar esta reflexión al ámbito de la política, cuyo prestigio como actividad hace tempo que se ha perdido (por la terca estupidez de muchos significados que a ella se dedican, todo sea dicho). ¿Es el político potencialmente corrupto por el mero hecho de dedicarse a ello? Claro que no, eso sería tanto como decir que los proclives al choriceo, los prevaricadores o los defraudadores al fisco tienen una natural tendencia a meterse en política para dar rienda suelta a sus ansias delictivas. Lo que sí es cierto es que, por las razones que sean, la tentación de delinquir cuando se está al frente de un gobierno local, provincial, autonómico o estatal, es mayor que si uno permanece alejado de los resortes del poder. Es como si los imponderables que nos rodean (así la riqueza o pobreza de la que antes hablaba), forjasen la querencia a inclinarse a uno u otro lado de la ley. Y puestos a ello, también nos podemos preguntar si defender una u otra ideología en política empuja a uno a cometer fechorías en función de la que profese. Pues tampoco, ejemplos de que esto no es así los tenemos a cientos: ERES fraudulentos en el feudo del PSOE, Gürtel, Bárcenas y otros como vergüenza del PP, y muchos más escándalos que salpican a otros partidos y a organizaciones empresariales y sindicales. Lo que viene a refrendar lo antes dicho: uno puede nacer honrado, pero en este país de pícaros y truhanes olisquear el mando y ponerse a saquear las arcas públicas parece todo uno.

He dicho antes que la ideología no marca tendencia a la hora de delinquir. Pero también es cierto que haber esgrimido argumentos mendicantes durante tantos años, haber dirigido durante décadas una organización que se jactaba de defender la singularidad e intereses propios de un territorio frente al dominante y opresor, y haber alentado entre los suyos el germen de un sentimiento nacionalista exacerbado, bajo la excusa de restañar una presunta injusticia de siglos, obliga al que eso defiende a ser extremadamente pulcro y transparente en el cumplimiento de la ley. Aunque solo sea para que ese discurso, pese a ser equivocado, al menos no acabe viciado de pura hipocresía. Algo así ha pasado con la “sentida” confesión del honorable Pujol sobre su fortuna en el extranjero oculta al fisco durante treinta y cuatro años. Que no haya tenido ese dinero en su querida Cataluña a la vez que clamaba que a esta región se la maltrataba fiscalmente, y que abogara por una independencia y por la creación de una agencia tributaria propia mientas él eludía impuestos a mansalva, suena a puro cachondeo y deja a este hombrecillo a la altura del betún. Espero que los suyos condenen a esta familia al ostracismo más absoluto. Aunque si les digo la verdad, lo que más me indigna (será por deformación profesional) es que Pujol se invente figuras testamentarias para justificar la tenencia de ese dinero en manos de sus hijos o cónyuges de éstos. Honorable Pujol, además de hipócrita, eres mentiroso.

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