Opinión

Sur, para lo bueno y lo malo

Está claro. Por aquí nos va la marcha. Por el sur nos hace falta muy poco para montar a la mínima un sarao. Somos pobres, ya lo sé, eso nunca va a tener remedio, pero nos gastamos una guasa que ni te cuento. Que aprendan eso los del norte de Europa; sí, por allí habrá mucha disciplina castrense en el trabajo, mucha flema británica, mucha tecnología alemana en los automóviles, mucho bienestar social para madres y ancianos en la fría Escandinavia, y todo lo que tú quieras. Por allí funcionan a la manera de relojes suizos, como si su cabeza estuviese perfectamente compartimentada; o como si la parte del cerebelo que regula la juerga la tuviesen casi siempre en modo letargo, y nunca pudiese contaminar a las neuronas que dictan las órdenes laborales. Por aquellas latitudes se respetan a rajatabla unas máximas inexcusables: en el trabajo no se habla, en el trabajo no hay pausa para el cafelito; en el trabajo no se comenta el Marca; en el trabajo uno nunca se ríe, respira lo justo y no mira lo que hace el de al lado. En el trabajo, sencillamente, se trabaja. Pero a pesar de todo, yo creo que en el fondo nos envidian; sí, esos humanos robotizados desearían ser como nosotros, espontáneos, enfáticos, coñeros. Porque por allí reina el aburrimiento; en el norte se acaba la jornada y el cielo se vuelve gris oscuro y tristón; allí no existe la bulla callejera después del tajo, ni la partida de mus de los jueves, ni el aperitivo de los viernes, preludio de un largo fin de semana por delante. Allí el día se termina a las siete de la tarde y la gente se retira hasta el día siguiente, porque no saben hacer otra cosa. Por eso nos miran de reojo con insana envidia. “¡Esos malditos sureños, con todo lo que están sufriendo, y con lo que aún se les avecina, y aún tienen ganas y cuerpo para armarla bien gorda!”, deben pensar. ¡Qué sé yo! Será la luz del sol, la mezcla de razas o la sangre latina que nos hierve a borbotones. El caso es que aquí, en el sur, mal que le pese a muchos, que ya nos quisieran ver desahuciados, aún no hemos olvidado el difícil arte de ponernos el mundo por montera.

Claro que esa manera de ser que nos caracteriza también tiene sus desventajas; hay ocasiones en que miramos con cierto asombro a nuestros vecinos del norte, envidiamos su proceder, y lamentamos que nunca llegaremos a comportarnos así, tan rectos, tan responsables, y sobre todo con tanto sentido de la ética política. ¿Cómo comprender lo que pasa por la cabeza de ese ministro británico que dimitió en el 2012 por intentar eludir nueve años antes una infracción de tráfico? ¿Qué pretende este moralista? ¿Dejarnos mal? Pues a buena fe que lo ha conseguido. ¿O cómo podemos digerir que haya una ministra que deje su cargo porque no ha podido justificar unos míseros 7.000 euros que cargó como gasto de vivienda? ¡Pero si eso es una calderilla comparado con lo que en cualquier pueblo de por aquí se nos va en aguinaldo navideño para un jefe de negociado de tercera! ¡Escrupulosos del carajo!

Pero el colmo de la desfachatez lo encuentro en tierras muy lejanas, en el estado australiano de Nueva Gales del Sur, donde su primer ministro ha presentado su dimisión, porque mintió cuando negó que un ejecutivo de una empresa le hubiese regalado una botella de vino por valor de 3.000 dólares. Fue leer esto y ponerme a viajar por sumarios judiciales, escuchas telefónicas, tráfico de influencias, regalos de lujo... y sobre todo excusas vanas e infames para seguir en mil cargos a costa de la vergüenza propia y ajena. Y por un instante fugaz pensé que a lo mejor, de vez en cuando y en ciertos oficios, no estaría mal mirar al norte y dejar la coña para el café de la esquina. Pero la tarea es difícil: somos y seguiremos siendo del sur, para lo bueno y lo malo.

Te puede interesar