Opinión

Vuelve (eso quisiera) el hombre

Aznar es uno de esos tipos que se excitan al escucharse a sí mismos. Son «autoconsoladores», ególatras encantados de haberse conocido, y se ponen cachondos en cuanto retumba en su cerebro la propia voz; siempre fue un tipo físicamente anodino, un pelín repulsivo si se me permite, pero al dejar la primera línea de la política se creyó a pies juntillas eso de que los expresidents gastan una aureola que los hace por encima del bien y del mal, algo muy yanqui, contagiado sin duda en tal delirio por su amigo Bush, con el que tanto intimó en las Azores cuando jugaron a la guerra y decidieron invadir Irak porque sí, pues nunca se descubrieron allí armas de destrucción masiva, pero el caso era dejar bien claro que a “pelotas” no les ganaba nadie, qué carajo. El caso es que su cuerpecillo mindundi necesitaba un repaso, le faltaba glamour para lucir palmito por foros y universidades en las que chapurrear ese espanglish con acento gringo y cobrar por ello una millonada. Y se puso manos a la obra -o a la mancuerna-, se dejó hacer por su personal trainer, y de repente un día lo vimos en la playa luciendo bíceps turgentes y tableta abdominal que te rilas, como posando para un falso robado tipo Ana Obregón, solo que él tenía a su vera a otra Ana, a la Botella del relaxing café, extasiada desde la tumbona ante la llegada del Hombre. Josemari, tú sabes que te ailoviu, le susurró al oído. Y Josemari sonrió (es un decir) y pensó que ahora sí, ahora que he moldeado mi cuerpo al fin puedo decir que soy perfecto. Ahí empezó su nueva, placentera y cachonda existencia, cuerpo, alma y mente al unísono, prócer formador de cachorros patriotas desde la atalaya de la FAES, atento y preocupado por lo que él cree un devenir pusilánime de la derecha, entregada a manos del buenismo y papanatismo imperante, se lamenta. Y entre sueños se le oye ¡Traición! ¡No me reconozco en este partido! ¡Vendidos! ¡Quo vadis, Hispania!

Tan transido andaba de dolor por su querida España que se creyó obligado a sacrificarse de nuevo. Venía arrastrando hacia los suyos cierta inquina por lo que tachaba de flojera del PP ante los golpistas catalanes. Más tanques y bombas -cómo te entiendo, amigo Jiménez Losantos- y menos recursos ante el Constitucional; nunca fue muy devoto de la táctica tancredista de Rajoy, ya saben, que la cosas pasen por sí solas; él es más de desenfundar y liarla parda, que lo mismo nos mete en una guerra absurda que nos monta un sarao en El Escorial al más puro estilo siciliano. Pero lo de ahora ya es el colmo. O sea, Mariano, que te dejo un país entero y cohesionado, todo atado y bien atado (bueno, esto lo dijo Franco, pero vale ahora también), ¿y tú lo entregas a filoetarras, perroflautas, sociatas y golpistas? Sí, Mariano, es mejor que te vayas a Santa Pola a llorar como una mujer lo que no supiste defender en Moncloa como un hombre. Vete y no vuelvas.

Vuelve Aznar. Al menos se ofrece para hacerlo, para con él reconstruir el centro derecha nacional. Es el nuevo Don Pelayo reconquistando Iberia, cargando contra traidores y antipatriotas. Ya se ve a sí mismo de nuevo en lo alto del trono, usurpado por tropas foráneas. Es perentorio salvar a España, vive Dios, pero hemos de empezar antes por nuestra propia casa. Devolvámosle su prístino esplendor. Por el bien del partido, claro, pero sobre todo por el bien de todos los españoles. Me ha hablado el oráculo en sueños, Ana, y mi deber es estar al lado de los que se han quedado sin líder, uno que nunca fue. Aquí aguardo, pues, dispuesto. Sólo hace falta que me lo pidáis. Para salvar a España. Una vez más.   

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