Opinión

Charlatanes del confort

La vida ya no tiene más sentido para Andrés que esperar sin sobresaltos a que la parca invite al último trago mientras recuerda las andanzas en los duros años de la emigración, primero en Berna y más tarde en Londres. Así se lo confiesa al que quiera escucharlo, indistintamente de que el interlocutor sea el médico, el cura o un vecino. Aunque no tiene prisa por marchar, tampoco hace mucho por quedarse. Viudo y con los nietos en una edad en la que no prestan puñetero interés por las batallas del abuelo, le gusta entretener las tardes jugando la partida con los amigos mientras se atiza unos claretes como si intentase recuperar las temporadas de sequía en el extranjero. Porque duro que ganaba, duro que ahorraba para enviar a su mujer y a los hijos.

Cada anochecer acostumbra a regresar a su casa tambaleándose como Fraga cuando recurría a la metáfora de la bicicleta para no bajarse de la política, aunque el balanceo de Andrés no es precisamente por el estado de las bisagras. El pasado fin de semana recibió la visita de una nieta estudiada y el inesperado encuentro terminó en discusión. "Abuelo, tienes que salir de la zona de confort", le dijo la rapaza con toda su buena intención, pero a Andrés, que nunca dio un consejo y mucho menos lo pidió, la recomendación le sonó a reproche de charlatán.

"A mí me van a hablar de salir de la zona de confort cuando he pasado los mejores años de la vida deslomándome para que mis hijos tuviesen educación y no pasasen por mis penurias. Si de algo sé es de vivir sin confort", comentó más tarde en el abrevadero mientras repartía cartas. Curiosamente, los que predican con salir de la zona de confort no tendrían agallas para soportar una vida de fatigas como la de Andrés para lograr el bienestar de su familia. 

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